Crítica de la película «Norte, el fin de la historia» (2013)

Norte, el fin de la historia

Con una duración de más de cuatro horas, Norte: el fin de la historia es una película de Lav Diaz que consigue atraparme con la capa de significación que fluye sobre su hipnótica propuesta. Funciona como una reinterpretación de Crimen y castigo, de Dostoievski, pero contextualizada en las islas sociopolíticas de las Filipinas contemporánea. A través de un ritmo pausado y un estilo visual hipnótico, Diaz construye una tragedia sobria que interroga la opresión sistemática y la irracionalidad de la violencia en las grietas de la sociedad filipina poscolonial. La trama sigue la vida de tres personajes que se conectan cuando uno de ellos comete un crimen en una zona rural. El primero es Fabián, un intelectual frustrado y egoísta que, como estudiante de derecho de clase privilegiada, a menudo discute con otros colegas para manifestar una rabia soterrada contra el sistema que lo induce a asesinar a sangre fría. El segundo es Joaquín, un agricultor de clase obrera que, con pierna rota, se desmorona bajo el peso de deudas, fracasando estrepitosamente al intentar sostener a su familia y sufriendo, además, por ser injustamente encarcelado. El tercero es Eliza, la esposa de Joaquín que lucha contra la desesperación mientras intenta ganarse la vida para cuidar a sus tres hijos vendiendo verduras en la calle. En términos generales, los tres relatos se sintetizan sobre las bases del drama realista y algunos elementos del thriller criminal, emergiendo sobre un tapiz de belleza austera y poética, donde la imagen-tiempo se estira como un río tranquilo, que invita lentamente a sumergirse en las complejidades éticas y sociales de sus personajes. En este sentido, me resulta orgánico el conflicto que surge del aislamiento social de Fabián como un agente del mal que ejecuta actos violencia deliberados para "corregir" por cuenta propia las desigualdades del capitalismo; el sacrificio de Eliza como una madre honesta que trata sustentar a su familia con el comercio en medio de la miseria; el escarmiento de Joaquín como un prisionero que soporta abusos en la cárcel. Las actuaciones del reparto, en cierta medida, conjeturan de forma orgánica las desdichas de los personajes. Se destaca primero Sid Lucero, quien ejerce su expresividad mesurada para interpretar, con la mirada y la gestualidad, a un antisocial privilegiado de familia disfuncional que cae en un abismo psicológico agudizado por la alienación, la culpa y el nihilismo. Angeli Bayani, por su parte, muestra con cierta sobriedad las expresiones de una mujer lacerada por la adversidad. A través de este reparto, Diaz edifica significados que se manifiestan, dicho sea de paso, en una crítica filosófica sobre el sufrimiento universal que atraviesa la tangente de clase, familia, moralidad y violencia, pero entendido como el dilema ético-moral de un individuo atormentado por las debilidades estructurales —colonialismo, capitalismo, socialdemocracia, catolicismo— y las contradicciones inherentes de un sistema opresivo —corrupción estatal— que erosiona la libertad individual, donde la deshumanización no depende de la riqueza o la pobreza, sino, más bien, de conductas heredadas de ideologías que fracturan la condición humana. Diaz se resiste a moralizar porque, entre otras cosas, presenta la violencia sistémica como un ciclo existencial alimentado por el odio y el miedo, en el contexto de las heridas históricas de la sociedad poscolonial filipina; revelando, en efecto, que la verdadera lucha no es entre individuos, sino contra las estructuras políticas que perpetúan la desigualdad, la injusticia y la violencia. Diaz capta estas dinámicas utilizando dispositivos estéticos como la elipsis, el sonido diegético, los silencios poéticos, el fuera de campo, el encuadre móvil, los planos fijos de larga duración y, ante todo, el uso del gran plano general que magnifica el amplio contraste entre los campos verdosos y los entornos rurales marginados. Su estética, que rechaza usar la música extradiegética, encuadra todo con una intimidad casi etnográfica: conversaciones en chozas humildes, gestos en penumbra, caminatas en calles solitarias. En sus cuatro horas encuentro poesía visual, pero, también, verdades incómodas que reafirman que la historia, al final, puede reescribirse.



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Ficha técnica
Título original: Norte, the End of History (Norte, hangganan ng kasaysayan)
Año: 2013
Duración: 4 hr. 10 min.
País: Filipinas
Director: Lav Diaz
Guion: Lav Diaz, Rody Vera
Música: N/A
Fotografía: Larry Manda
Reparto: Sid Lucero, Angeli Bayani, Soliman Cruz, Miles Canapi, Archie Alemania
Calificación: 7/10

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