Cerco de odio

Cerco de odio es una película menor de cine negro de Maté que encuadra ligeros apuntes psicoanalíticos, pero me parece que su intriga se ausenta como un preso en fuga durante menos de una hora y diez minutos. Se trata de un remake de Rejas humanas, filme de Vidor estrenado apenas nueve años atrás por Columbia Pictures. Me da la impresión de que a Harry Cohn le encantaba la premisa para ordenar rehacerla tan temprano, además de que sospecho de que estaba dispuesto a seguir la moda del psicoanálisis que en aquel entonces adornaba las películas y los aposentos de la grandes estrellas de Hollywood de los 40. La trama trata sobre el Dr. Andrew Collins, un psiquiatra del departamento de la policía que, por medio de una voz en off y un prologando racconto, rememora la experiencia que tuvo con su familia y algunos amigos el día en que fueron tomados de rehenes por una banda de matones liderada por un fugitivo psicótico llamado Al Walker. Con una mezcla entre el cine negro policial y el thriller psicológico de invasión de casas, Maté construye el argumento de esos personajes a puertas cerradas, aprovechando el espacio, pero la mirada que ofrece no tiene intensidad ni claustrofobia. Las acciones de los gánsteres responden a los estereotipos convencionales del género y rara vez tienen un instante que me produzca la sensación de pánico que supuestamente atestigua el psiquiatra y los miembros de la familia, además de que me parece bastante previsible que el gánster atormentado se deje convencer rápidamente por la sesión gratuita del psicoanalista que intenta reformarlo para que sea un hombre de bien y olvide las heridas psicológicas del pasado con una terapia intensiva que, a veces, tiene efectos dormitivos. O sea, que invaden la residencia para recibir atención psiquiátrica, en lugar de elaborar un plan para seguir huyendo de la policía que los acorrala. Solo destaco las escenas retrospectivas de corte onírico que simbolizan las fobias y los traumas del matón temperamental. También me resulta solvente y algo histriónica la interpretación de Holden como ese criminal violento y paranoico atrapado por la cárcel del abuso doméstico y los recuerdos dolorosos. En cambio, la de Lee J. Cobb no me parece tan creíble como ese doctor que intenta sanar el comportamiento del fugitivo fumándose una pipa y creyéndose Freud; está un poco blando. Es una cinta regular y algo olvidable del director de Con las horas contadas.



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Ficha técnica
Título original: The Dark Past
Año: 1948
Duración: 1 hr 10 min
País: Estados Unidos
Director: Rudolph Maté
Guion: Malvin Wald, Oscar Saul
Música: George Duning
Fotografía: Joseph Walker 
Reparto: William Holden, Nina Foch, Lee J. Cobb, Adele Jergens,
Calificación: 6/10

Dos hombres en Manhattan

Antes de la estupenda El confidente y poco después de la solvente Bob el jugador, Jean-Pierre Melville le dio forma a su estilo de cine negro en Dos hombres en Manhattan. Una edición restaurada de esta película ha llegado hasta mi colección. Pero la desecho de inmediato tras el visionado. En cierta medida es un película en la que Melville ejerce un estilismo muy influenciado por la corriente del cine negro estadounidense que le añade cierta belleza a la puesta en escena cuando captura los claroscuros de la ciudad que nunca duerme, pero, desafortunadamente, su narrativa de periodistas con gabardinas y sombreros de fedora sigue al pie de la letra las convenciones del género y pocas veces tiene un momento de intensidad que me resulte intrigante o revelador. La trama sitúa la acción en la ciudad de Nueva York. Relata la historia de Moreau y Delmas, un periodista y un fotógrafo francés que por órdenes del jefe de la revista en la que trabajan tienen la tarea de hallar a un diplomático francés de la ONU que desaparece inexplicablemente en una noche cualquiera. En un principio me parece interesante cuando sigo las pistas de los periodistas para encontrar al político desaparecido por los bares frecuentados por borrachos, los burdeles inundados de prostitutas, los escenarios de Broadway, los estudios de jazz, los hospitales visitados por las amantes suicidadas, las calles sórdidas de la Gran Manzana pobladas de taxis y de gente solitaria sin ánimos de hablar. Pero tras el tercer acto todo el recorrido de esos periodistas convertidos en investigadores privados me quita el interés, sobre todo porque sus acciones solo se limitan a tocar puertas y a preguntar nombres para responder al típico discurso de la ética del periodismo para manipular la verdad, tratado aquí por Melville con cierta blandura y con unos apuntes un tanto ambiguos cuando la verdad si tira por la alcantarilla. La actuación de Melville (su único papel protagonista y la única vez que actuó en una de sus propias películas) me parece tan rígida como un poste de luz apagado con el rostro inexpresivo y melancólico. Tampoco supone para mí nada convincente la de Pierre Grasset como el fotógrafo que se enfrenta a los dilemas éticos. Es una propuesta de cine negro cuyo atractivo radica en las panorámicas nocturnas neoyorquinas y en esa música contagiosa de jazz, pero digamos que es unos de los trabajos menores de ese gran director francés.



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Ficha técnica
Título original: Two Men in Manhattan (Deux hommes dans Manhattan)
Año: 1959
Duración: 1 hr 24 min
País: Francia
Director: Jean-Pierre Melville
Guion: Jean-Pierre Melville
Música: Christian Chevallier, Martial Solal
Fotografía: Nicolas Hayer
Reparto: Jean-Pierre Melville, Pierre Grasset, Christiane Eudes, 
Calificación: 6/10
Aquellos que desean mi muerte

Encuentro pocas que cosas que me resulten intrigantes en la nueva película como director de Taylor Sheridan tras la solvente Viento salvaje. Se trata de Aquellos que desean mi muerte, estrenada hace un tiempo en la plataforma de streaming de HBO Max. Creo que representa un bajón en la carrera de Sheridan y ni siquiera el rostro de Angelina Jolie puede remediarlo. Es una película que conjunta de manera convencional el cine policial y el thriller de acción con ese cine de catástrofes que estaba de moda a finales de los 90, pero pisa muchos terrenos comunes y su trama se quema a fuego lento con los personajes de plástico y los clichés prefabricados que me quitan el interés a la media hora. Como es de esperar, la configura con los elementos habituales del neo-western, aunque ahora coloca a los agentes de la ley y a los bandidos en los bosques de Montana. El argumento gira en toro a un coral de personajes: un alguacil y su esposa embarazada, dos asesinos que incendian todo lo que se encuentra a su paso para cumplir su misión, una bombero paracaidista que se lamenta por no haber ayudado a una familia, y un niño que huye por la arboleda al conocer secretos escabrosos. De la forma más cursi posible, Sheridan los reúne a todos ellos para irse de cacería en un día de incendios y tormentas eléctricas, separando enseguida a los buenos de los malos sin muchas preocupaciones morales, colocando giros y golpes de efecto muy facilones para responder a esos estereotipos que están de moda en la actualidad, revelando acciones previsibles del librito que me indican rápidamente hacia dónde va el asunto de la caza y los que viven y mueren. Los efectos especiales del incendio forestal se sienten artificiosos. La justificación de los personajes se traza sin matices, solo para condicionar el conflicto central en la montaña incendiada y rellenar el típico registro de descripción del guion y la nomenclatura básica de causa-efecto que trae consigo la acción y la violencia gratuita. Y son tan olvidables como los créditos. También me resulta poco creíble y demasiado acomodada la redención de esa guardabosques que para olvidar su pasado trágico protege al niño en peligro. La tensión es prácticamente nula. Y los apuntes ecologistas no alcanzan la cuota deseada. Teniendo en cuenta los ingredientes, nada de lo que cocina Sheridan parece alcanzar el punto de ebullición.



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Ficha técnica
Título original: Those Who Wish Me Dead
Año: 2021
Duración: 1 hr 40 min
País: Estados Unidos
Director: Taylor Sheridan
Guion: Taylor Sheridan, Michael Koryta, Charles Leavitt
Música: Brian Tyler
Fotografía: Ben Richardson
Reparto: Angelina Jolie, Aidan Gillen, Nicholas Hoult, Jon Bernthal, 
Calificación: 4/10
Ellas mandan

Mi necesidad por ver una comedia que me haga reír entre tantos días grises me ha llevado a ver "Ellas mandan", de una tal Nisha Ganatra. Pero en un giro de eventos, en lugar de causarme gracia o de hacerme pasar un rato agradable, el visionado no supone para mí nada fuera de lo habitual y en ningún momento abandono esa sensación de abulia que me recuerda los días en que mataba el tiempo viendo las fundas vacías que circulaban por los contenes del parque. Es una comedia aburrida y bastante previsible que, a pesar de tratar apuntes superficiales sobre la brecha de género y la desigualdad que prevalece en los medios televisivos, lo único que me impide apagar la cajita TV y tirar el control por la ventana es la presencia de Emma Thompson como la presentadora de show de medianoche. Thompson interpreta a Katherine Newbury, una mujer de unos 50 años que, tras haber alcanzado la fama y una lluvia de premios como comediante de monólogos y una presentadora de un talk-show nocturno, se enfrenta a la baja de ratings que amenaza con cancelar su programa. La trama presenta a la señora Newbury como una mujer antipática, arrogante y egocéntrica, al mejor estilo de Miranda Priestly, que lucha para evitar su declive y modernizar el programa con la ayuda de una partida de guionistas ineptos y sexistas y de una inteligente chica india recién contratada que se llama Molly Patel. Sin embargo, el conflicto central da demasiadas vueltas ilustrando las contrariedades laborales de la diva en decadencia y la joven honesta e independiente que la ayuda a escapar de la zona de confort y de la hipocresía mediática, y deja en la superficie los temas sobre la comedia stand-up y la inequidad de género en la industria de la televisión que ofrece pocos privilegios para las mujeres. Tampoco me parece que haya mucha química entre Thompson y Mindy Kaling. Los personajes de Ganatra, escritos con un guion de Kaling, están trazados sin vigor y responden a esos estereotipos convencionales con aroma a telefilme que habitualmente pueblan comedias como las de Paul Feig. Todo está colocado de forma superficial y sensiblera para que la sátira de empoderamiento mediático al servicio del feminismo tenga alguna coherencia con los chistes de segunda categoría y los clichés que se desgastan por la rutina. El resultado es demasiado soporífero para mi gusto.



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Ficha técnica
Título original: Late Night
Año: 2019
Duración: 1 hr 42 min
País: Estados Unidos
Director: Nisha Ganatra
Guion: Mindy Kaling
Música: Lesley Barber
Fotografía: Matthew Clark
Reparto: Emma Thompson, Mindy Kaling, Amy Ryan, Hugh Dancy,
Calificación: 3/10

El jeque blanco

El jeque blanco es una comedia simpática y bastante satírica que, a mi parecer, refleja las inquietudes tempranas de Fellini que más tarde definirían a plenitud su cine: los disfraces exóticos, la playa, el patetismo, la sátira a la burguesía, los prejuicios sociales sobre el matrimonio y los valores religiosos tradicionales. Es la segunda película de Fellini como director, y también la primera que filma en solitario, rodada justo un año después de la estupenda Luces de variedades, la ópera prima que filmó al lado de Alberto Lattuada. El argumento gira en torno a una pareja de recién casados ​​de una ciudad de provincias, Iván y Wanda Cavalli, que visitan a unos tíos burgueses del esposo en la ciudad de Roma. Iván es un hombre histérico, timorato, apegado a las tradiciones católicas y a la idea de presentar a su joven esposa al tío porque este es un curial en el Vaticano y puede conseguir fácilmente la bendición del papa. Wanda es una mujer ingenua, gentil y soñadora que anhela en el fondo escapar de la rutina matrimonial. Por medio de paralelismos, la trama ilustra la dicotomía de la pareja, primero, cuando Wanda, que está obsesionada con "El jeque blanco", una especie de héroe aventurero y enamoradizo de tiras cómicas al estilo de Rudolph Valentino, se escabulle con el reparto para ir hasta el plató en la playa donde se encuentra su ídolo y, segundo, cuando Iván nota la ausencia de la esposa y piensa que se ha ido con otro para disfrutar de un episodio de adulterio. Con los dilemas de esos personajes, Fellini satiriza las tradiciones matrimoniales y las convenciones sociales con un tono sardónico y caótico que me resulta embriagador, sobre todo cuando coloca símbolos en la puesta en escena que amplifican las dudas y la culpa del matrimonio en crisis que se mueve como las olas del mar. Hay situaciones absurdas, griteríos, desfiles, coqueteo, gente pintoresca que parece sacada de un circo, un intento de suicidio en el río Tíber y una espléndida escena en la que aparece brevemente Cabiria (primera aparición del personaje de Giulietta Masina) para consolar al marido desilusionado en una fuente romana. Las actuaciones del reparto, encabezado por Leopoldo Trieste, Brunella Bovo y Alberto Sordi, son solventes, retratadas con un histrionismo comedido. La banda sonora de Nino Rota alegra mis oídos. Pocas cosas se salen de lugar. Me parece una película menor pero muy encantadora de ese gran cineasta italiano.



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Ficha técnica
Título original: The White Sheik (Lo Sceicco Bianco)
Año: 1952
Duración: 1 hr 27 min
País: Italia
Director: Federico Fellini
Guion: Federico Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano
Música: Nino Rota
Fotografía: Arturo Gallea
Reparto: Alberto Sordi, Brunella Bovo, Leopoldo Trieste, Giulietta Masina
Calificación: 7/10
Hollywood Story

Mi interés por el misterio que ha rodeado desde siempre el asesinato de William Desmond Taylor me hace disfrutar de Crimen en Hollywood, de William Castle. Es una película de cine negro menor que de alguna manera consigue atraparme con el whodunit de su trama y la presencia de Richard Conte como un productor convertido en detective, además de un discreto homenaje al cine mudo de Hollywood y las estrellas de ayer. Está vagamente basada en el caso de ese famoso director de cine mudo asesinado en los interiores de su apartamento en Los Ángeles en 1922 y que, al día de hoy, todavía es un caso sin resolver, aunque Castle cambia los nombres por razones obvias. Se ambienta en Hollywood en los 50 y, por medio de una narración en voice-over cuenta la historia de Larry O'Brian, un productor exitoso que se estaciona en Los Ángeles para fundar una productora y, tras visitar un antiguo estudio de cine mudo, se obsesiona con resolver el caso de homicidio de Franklin Ferrara, un famoso director de cine mudo que recibió un disparo por la espalda y dejó una larga lista de sospechosos en la oficina de casos sin resolver de la policía. Pero el asunto se le complica por gente que amenaza a Larry para que no produzca una película sobre el director fenecido, incluyendo un productor megalómano, un antiguo actor de cine mudo, la hija de una actriz famosa y el viejo guionista retirado de Ferrara con problemas de alcoholismo. Un disparo en la oscuridad agudiza el conflicto. Su trama se construye con los mecanismos habituales del whodunit y del cine negro policial, donde ese productor convertido en investigador recibe amenazas mientras interroga a puertas cerradas a la gente que conoció al director para resolver el enigma del crimen de una vez por todas. La puesta en escena de Castle, a través de un depurado metacine, despliega autenticidad con los escenarios abandonados que rememoran los viejos platós de los estudios de Hollywood, al tiempo en que rinde homenaje al proceso de realización cinematográfica del sistema de estudios. Los diálogos usualmente emplean el relato no iconógeno para hablar de grandes estrellas ficticias (y otras reales) del cine mudo. Quizá el ritmo decae un poco y los personajes carecen de cierta textura psicológica para responder a los estereotipos del género, pero durante más de una hora me resulta bastante intrigante su argumento sobre culpa, celos, resentimiento, mentiras y muerte.



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Ficha técnica
Título original: Hollywood Story
Año: 1951
Duración: 1 hr 16 min
País: Estados Unidos
Director: William Castle
Guion: Frederick Kohner, Frederick Brady
Música: Frank Skinner
Fotografía: Carl E. Guthrie
Reparto: Richard Conte, Julie Adams, Richard Egan, Henry Hull, Fred Clark
Calificación: 7/10

La reunión de Guy Ritchie y Jason Statham mezcla de forma trepidante el cine de atracos con el relato gansteril de venganza. Mi análisis abarca en resumen una explicación del final.


Wrath of Man


A menudo se suele encasillar a Jaston Statham como el pelón de mirada estoica que resuelve cualquier problema que le pongan a tiro limpio o por la vía fácil de los puñetazos y las patadas. Los papeles de su carrera siguen al pie de la letra las convenciones de un héroe del cine de acción, algo que le ha hecho muy popular en el negocio del entretenimiento de Hollywood del presente siglo, en unas cuantas películas que, a mi parecer, son tan mediocres como olvidables, a pesar de que el público asiste en masas solo para verlo patear traseros y soltar un chiste de una línea. Pero no siempre fue así. Recuerdo que antes de que su trayectoria despegara como una figura de acción, Statham era conocido como el actor de cabecera de Guy Ritchie. Primero con un rol secundario pero muy notable en el debut de este titulado Juegos, trampas y dos armas humeantes y más adelante como uno de los protagonistas en Snatch: Cerdos y diamantes, dos películas británicas que poseen un estilo hilarante y muy ingenioso retratando el bajo mundo londinense y que además representan la cúspide del cine de crimen de Ritchie. Desafortunadamente, luego de la bazofia titulada Revólver duró cerca de 16 años sin rodar una película de Ritchie.


No obstante, me causa una sorpresa saber que Statham es el protagonista de Justicia implacable, porque en cierta medida es la cuarta película protagoniza a las órdenes de Ritchie y no hay ni un solo momento en que disminuya la tensión de su propuesta. Aunque no necesariamente se trata de uno de sus films mejor logrados, la veo y de inmediato me doy cuenta de que Ritchie logra estilizar cada rincón de la puesta en escena con un tono contenido que, variando frecuentemente los puntos de vista y el collage de personajes entrelazados, conjunta de manera intrigante el cine de atracos con el thriller gansteril de venganza y ligeros registros de humor negro, en medio de unas secuencias de acción donde usualmente llueven las balas en las situaciones más inesperadas. Su crónica de maleantes y guardias de seguridad, presentada como un remake parcial de la película francesa Le convoyeur, me sorprende cuando menos lo espero y me mantiene al vilo de mi asiento con el juego de camiones, robos, persecuciones, tiroteos y matones que buscan enriquecerse ilícitamente en esa selva de asfalto llamada Los Ángeles.




Jason Statham y Josh Hartnett. Fotograma de Miramax.



El prólogo de la película comienza con un plano fijo en el interior de un camión blindado, donde los oficiales que custodian el botín son asesinados a tiros junto a un civil por unos sujetos fuertemente armados y disfrazados como trabajadores de la construcción. Tras el incidente, cinco meses después, el protagonista, Patrick Hill (Jason Statham), acude a una entrevista laboral en Fortico Security, una empresa de furgonetas de efectivo en la ciudad de Los Ángeles encargada de transportar el dinero que sale de los bancos. Hill es un hombre serio, reservado, que encierra interrogantes sobre su pasado y solo habla lo necesario con la gente que lo rodea. Luego un par de pruebas, su nuevo compañero, Bullet (Holt McCallany) lo felicita por pasar el examen de admisión con la calificación mínima para ingresar. Bullet lo apoda “H” por la inicial de su apellido y particularmente "Boy Sweat" Dave (Josh Hartnett), otro colega de labor, se burla de su apariencia. Ellos tres son asignados a la misma camioneta, donde uno conduce y otro custodia al mensajero. Durante los días de entrenamiento la recogida transcurre con cierta normalidad. Pero el asunto da un giro de tuerca cuando Bullet es secuestrado por unos asaltantes que exigen a cambio los millones que hay en el camión y H, con una simple pistola, acaba con ellos disparando a la cabeza con la puntería de un profesional, generando gran asombro entre unos compañeros que sospechan de que no solo se trata de un individuo común y corriente.





A partir de ese evento y de un segundo intento de robo en el barrio chino en el que unos ladrones encapuchados se retiran despavoridos de la escena con solo ver el rostro de H, la narrativa circular de Ritchie me resulta muy tensa cuando segmenta las acciones por episodios y emplea prolongadas escenas retrospectivas que funcionan como punto de partida para examinar los conflictos intrínsecos de ese espíritu oscuro y justificar la motivación que lo ha llevado a instalarse como centinela en una institución de camiones blindados de dinero. La primera, situada cinco meses antes, revela que H es un padre de familia, pero también Hargreaves Mason, el jefe de una peligrosa mafia dedicada al hurto, el asesinato y todas las cosas malas que uno se pueda imaginar. Un día, disfrutando del único tiempo libre que tiene para estar con su hijo Dougie (Eli Brown), H accede, por falta de personal, a ayudar a sus subordinados con el reconocimiento de la ruta del camión acorazado para su posterior robo, estacionando su vehículo al otro lado del puente desde el depósito de Fortico y bajo la excusa de ir a comprar unos burritos en el camión de comida de la esquina para así distraer de la verdadera tarea a su hijo que se queda en el coche. La contrariedad se complica cuando los rateros disfrazados de obreros atracan el camión protegido del inicio que coincidencialmente H está observando y en medio de la balacera Dougie es asesinado mientras H, que corre hacia él, también es abatido. Insólitamente H sobrevive al incidente y no deja de pensar en la muerte de su hijo.  





Ritchie no solo presenta a H como el típico hombre frío y solitario con un pasado siniestro, sino también como un hombre de poder afectado emocionalmente por la culpa y la tragedia paternofilial que lo obliga a tomar el camino destructivo de la represalia. En la segunda mitad, momentáneamente transforma la trama en un relato gansteril de los tradicionales cuando H, con el juicio nublado, ordena a sus matones mantener la tierra quemada de cadáveres para buscar justicia y atrapar al que apretó el gatillo. De ese modo justifica las acciones de este. Y muestra que la razón principal por la que H falsifica su identidad y se infiltra en Fortico para trabajar como guardia de seguridad es recopilar información que le permita identificar al asesino de su hijo, porque sospecha que el golpe al camión fue producto de la misión interna de alguien conectado con los constructores, por lo tanto, es lógico que dé con el matón que busca una vez que el grupo vuelva a aparecer para desvalijar uno de los caminos de efectivo. Su objetivo lo convierte casi en un investigador cuando usa su astucia para desenmascarar a todos con tal de identificar el paradero del sospechoso.


La segunda escena retrospectiva inicia en el penúltimo capítulo, donde la película adquiere la forma de una película de robos cuando Ritchie examina también el punto de vista de los animales malos que planean asaltar los camiones de efectivo para mejorar su condición socioeconómica. Los ilustra como unos ex militares trastornados psicológicamente por la guerra que, cansados de la mala paga y del desempleo, también tienen dificultades para adaptarse a las líneas éticas y morales de la vida cotidiana familiar, por lo que utilizan todas sus habilidades tácticas como mercenarios renegados para robar millones de dólares vestidos como trabajadores de la construcción ayudados por el contacto interno que traza las rutas; el día que, sin saberlo, firman su sentencia de muerte por esa cuestión tan extraña llamada causalidad y deseo de vendetta de un hombre que es incluso más malvado que ellos.





Aunque H no se escapa del estereotipo habitual del antihéroe en el terreno de la venganza, la película me cautiva por la presencia tan magnética de Statham. A sus 53 años, Statham interpreta al mismo tipo rígido e imperturbable que caracteriza su currículo, pero con una gestualidad que encierra el dolor y una ira soterrada que puede matar del miedo a cualquiera que lo mire durante unos segundos. Su estoicismo es tan duro como un cubo de hielo. Demuestra que todavía le queda la pericia física para las escenas de riesgo que involucran armas, pero también una vulnerabilidad que lo pone a sangrar y a tener un lapso de dificultad en el tiroteo que compone el clímax.


Quizá la película de Ritchie me parezca previsible en instantes diminutos, pero la mayor parte del metraje hay una incertidumbre que me produce esa sensación de no saber lo que va a pasar cuando todo el mundo anda armado como si estuvieran encerrados en un cuarto de dinamita a punto de estallar. Sus diálogos tienen un efecto cómico que en ocasiones me hace reír. Las secuencias de acción están ejecutadas de forma calculada aprovechando los espacios y efectos sonoros acertados. Su montaje es bastante vibrante cuando maneja los tiempos alternativos para retratar una situación desde distintos ángulos, a veces explotando la prolepsis, sobre todo en el climático tiroteo en el local de depósitos donde los asaltantes con armaduras antibalas (que planifican a futuro lo que ya está sucediendo) intentan saquear los millones recaudados del Black Friday y se enfrentan con ametralladoras a los guardias de seguridad, mientras el ensangrentado protagonista aprovecha el caos para intentar quitarle la máscara al homicida de su hijo y dispararle en los pulmones, el hígado, el bazo y corazón. La manera en que se desenvuelve todo luce como una cosa escrita por S. Craig Zahler en un día cualquiera. Ritchie ha vuelto a lo suyo con un Statham que con la mirada puede desarmar hasta al más malo de los hombres y de paso lo deja orinándose en los calzones. Me parece un thriller de atracos tan frenético como solvente.



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Ficha técnica
Título original: Wrath of Man
Año: 2021
Duración: 1 hr 59 min
País: Estados Unidos
Director: Guy Ritchie
Guión: Guy Ritchie, Ivan Atkinson, Marn Davies
Música:  Christopher Benstead
Fotografía: Alan Stewart
Reparto: Jason Statham, Holt McCallany, Josh Hartnett, Scott Eastwood,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película




Holiday

No consigo otra cosa más que la sensación de dejadez al mirar las imágenes de Holiday, la ópera prima de la directora sueca Isabella Eklöf. Por desgracia el asunto no le queda tan bien. En su debut, Eklöf construye un cuento de venganza feminista de esos que están de moda para examinar tópicos relacionados a la violencia masculina y la manera en que la cosificación sexual es casi vista por la mujer como un arma de doble filo para alcanzar la vía del empoderamiento, pero ni siquiera su ejercicio de estética pop puede prevenir un resultado patético, artificioso e irremediablemente rutinario que, en ocasiones, tiene fuertes efectos dormitivos. La historia se desarrolla en Bodrum, una ciudad marítima de Turquía, y narra la existencia de Sascha, la acomodada y frívola novia de un narcotraficante que, como si todos los días fueran de vacaciones, disfruta de los baños de sol en bikini mientras visita lugares exóticos de los alrededores en los que el bronceado en la playa es casi una religión y el lujo es una necesidad. La mayor parte del conflicto se desentraña cuando ella socializa con los amigos del jefe en los restaurantes costeros, coquetea con unos holandeses y baila bajo los efectos de las drogas en las discotecas de neón, pero también cuando es agredida física y verbalmente por el patrón que la ve como un simple objeto de placer. El estudio de esa muñeca de porcelana refleja la condición psicológica, física y social de una mujer que, por causa de la autocosificación prolongada, experimenta en el interior emociones negativas como la vergüenza, la ansiedad y una ira que la ha insensibilizado ante los estímulos exteriores y la agresión sexual. El discurso es, en cierta medida, interesante, pero Eklöf no le pone muchas ganas. A pesar de que encuadra a la protagonista con un estilo visual colorido en el que abunda el plano general, la cámara estática, el color y el fuera de campo para subrayar la violencia más inesperada, no me parece encontrar nada revelador o impactante. Sascha, interpretada sin fuerza expresiva por Victoria Carmen Sonne, me parece un maniquí de Zara. Los diálogos y las situaciones calculadas no conducen a nada y en ningún momento escapan de la inercia narrativa que coloca a los personajes en una rutina que se repite como las olas del mar. Creo que lo único provocativo que tiene es su portada de revista de moda.



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Ficha técnica
Título original: Holiday
Año: 2018
Duración: 1 hr 32 min
País: Dinamarca
Director: Isabella Eklöf
Guion: Johanne Algren, Isabella Eklöf
Música: Martin Dirkov
Fotografía: Nadim Carlsen
Reparto: Victoria Carmen Sonne, Lai Yde, Thijs Römer, Morten Hemmingsen
Calificación: 4/10
La madre

De Madre, Pudovkin dijo una vez: "traté de afectar a los espectadores, no por las actuaciones psicológicas de un actor, sino por síntesis plástica a través del montaje". Leyendo esas palabras, tras el visionado de esta, no puedo estar más de acuerdo con él. Así como ya lo había demostrado Eisenstein un año atrás con El acorazado Potemkin, la ópera prima de Pudovkin aprovecha las posibilidades del montaje ideológico para revisar la memoria histórica rusa y, magnificar, en cierta medida, la propaganda soviética que encuadra a través de la condición social de los campesinos y la lucha de la clase obrera. La adapta de la novela homónima de Máximo Gorki, y está ambientada durante la Revolución rusa de 1905. Relata el calvario de una madre que solo halla sufrimiento cuando es testigo de la muerte su temperamental y alcohólico marido en un altercado de reaccionarios y de las ideas revolucionarias del hijo suyo que trabaja en una fábrica y piensa rebelarse por la vía de las armas, como cabecilla huelguista de un movimiento obrero, en contra las autoridades del régimen zarista. Los actores principales, Vera Baranoskaya y Nikolai Batalov, son solo empleados como herramientas expositivas al servicio del fondo propagandista, pero al mirar sus rostros me conmuevo y siento el dolor que enfrentan sus personajes. La manera en que Pudovkin captura la agonía de ellos me parece bastante sólida cuando ejecuta el montaje para ampliar el espectro emocional de la tragedia y la dimensión psicológica del colectivo. Emplea con mucha sobriedad el primer plano, la sobreimpresión y los fundidos encadenados, el sonido inaudible, el plano subjetivo, el plano detalle, el contracampo, y, sobre todo, la elipsis que simbólicamente refleja las inquietudes y ciertas acciones de los protagonistas para hablar sobre la desilusión obrera, las injusticias y la revolución del campesinado. Su discurso ilustra, no solo la ineptitud del sistema judicial y la opresión militar de la autocracia zarista, sino además el sacrificio de una mujer proletaria que toma conciencia y la voluntad de gente de clase trabajadora que solo ve la libertad política siguiendo el camino de la revolución. El clímax, en el que la madre Rusia sostiene la bandera roja en una postura desafiante frente a los guardias imperiales, es una secuencia tensa e inolvidable. No sé si se trate de una obra maestra como he escuchado en algunas partes, al principio su fuerza es un tanto fría, pero aun así me parece un drama bastante emotivo de uno de los grandes exponentes del cine mudo soviético.



Ficha técnica
Título original: Mother (Mat)
Año: 1926
Duración: 1 hr 29 min
País: Rusia (Unión Soviética)
Director: Vsevolod Pudovkin
Guion: Nathan Zarkhi
Música: David Blok, Tikhon Khrennikov
Fotografía: Anatoli Golovnya
Reparto: Vera Baranovskaya, Nikolai Batalov, Aleksandr Chistyakov,
Calificación: 7/10



Venus

De la temporada de premios del año 2007, recuerdo que Venus, de Roger Mitchell, fue una de esas películas que por haraganería no pude llegar a ver en el momento de su estreno, postergándola durante muchos años por esa cosa tan maldita llamada procrastinación, aunque me acuerdo de la aclamación que recibió el gran Peter O'Toole por esa actuación que le concedió su última nominación al Oscar. O'Toole es la razón por cual, ahora, tras tantos años, finalmente he podido verla. Y, digamos, no me parece nada fuera de lo habitual. Como drama tiene algunos instantes tragicómicos que funcionan por una entrañable interpretación de O'Toole para dialogar sobre la vejez, la pasión y la muerte, pero la narrativa es un poco blanda, en una hora y media de metraje que avanza al ritmo de un anciano con cojera. Parece casi de un homenaje autoconsciente a la trayectoria del mismo O'Toole. El protagonista es Maurice, un actor de teatro jubilado que, como buen anciano de carácter mundano, disfruta los días que le quedan compartiendo algunas copas con sus colegas Ian y Donald mientras hablan del pasado y las trivialidades del presente. Pero gran parte de la trama gira en torno al aspecto lujurioso del personaje y la manera en que trata de seducir a la joven sobrina de su amigo llamada Jessie, a la cual apoda "Venus" por su belleza y su sensualidad juvenil, en honor a esa hermosa diosa pintada por Velázquez de espaldas frente a un espejo. Y el arranque captura mi interés cuando el Adonis mujeriego, consciente de su debilidad por la carne y el placer efímero, emplea sus dotes de seductor para enamorar a la muchacha atrevida y reservada y recuperar, lentamente, la vitalidad que se ha ido con el paso de los años. En cada escena hay diálogos decentes, y un uso tibio de la elipsis que me hace anticipar el fatídico final. Pero el problema llega poco después cuando percibo que el asunto de ese señor se repite innecesariamente como las agujas de un reloj de pared. A pesar de todo me quedo hasta el epílogo por la interpretación de O'Toole que, de una manera muy genuina, interpreta a una versión ficticia de sí mismo empleando los gestos, la mirada y la pericia física a su avanzada edad para añadirle cierto carisma a Maurice. Solo él hace que este drama tan rutinario se deje ver.



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Ficha técnica
Título original: Venus
Año: 2006
Duración: 1 hr 34 min
País: Reino Unido
Director: Roger Michell
Guion: Hanif Kureishi
Música: Corinne Bailey Rae
Fotografía: Haris Zambarloukos
Reparto: Peter O'Toole, Leslie Phillips, Jodie Whittaker, Vanessa Redgrave,
Calificación: 6/10

La nueva película del universo de The Conjuring a cargo del director de "La maldición de la llorona" ofrece un terror irremediablemente básico.


El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo


El terror, ese género que funciona desde tiempos ancestrales exorcizando la mente de los espectadores a base de brujería, demonios, sustos, sangre y actividad paranormal, pocas veces ha captado mi interés más allá de obras excepcionales como El bebé de Rosmary y la perturbadora El exorcista. He llegado a un punto en mi vida en el que ya algunas de las películas de terror de Hollywood de la actualidad me parecen comedias. Ni más ni menos. En lugar de provocarme miedo solo me causan risa. Son puras tonterías, infladas hasta la saciedad por gente que se asusta con poca cosa. Pero de mi reducido listado de excepciones de la década pasada rescato El Babadook, Bajo la sombra, ¡Huye!Un lugar tranquilo, Us, Cam, Halloween, Mandy, Perturbada y La llorona. También recuerdo que inicia con El conjuro, una película de terror a cargo de James Wan que trata la historia de una pareja de detectives paranormales que luchan contra una presencia siniestra en la casa de una familia de granjeros. Supuso para mí algo escalofriante y entretenido al revisar los viejos tropos de la morada fantasmagórica. Pero El conjuro 2 fue una sosería. Como era de esperar, la franquicia de los Warren quedó poseída por la maldición de las secuelas sin posibilidad alguna de que algún director le eche agua bendita.


La tercera entrega tiene como título El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo y confirma todas mis dudas sobre el fatídico rumbo del universo de los conjuros de la Warner Bros. La dirige Michael Chaves, director que desconozco pero que imagino que fue obligado a realizar el encargo para complacer a los demonios codiciosos de Hollywood tras el éxito de taquilla de “La maldición de la llorona”. El visionado, en cierta medida, no supone para mí nada fuera de lo ordinario o algo verdaderamente espeluznante. Mis manos no alcanzan para contar sus clichés. Es tan aburrida que por momentos bostezo cuando veo de nuevo a Patrick Wilson y a Vera Farmiga cargando un crucifijo para extraer la maldad de gente endemoniada que me importa muy poco. Aunque su tono tenebroso es acertado retratando los escenarios funestos, la manera en que emplea los sobresaltos es bastante rutinaria y rara vez tiene un momento que me parezca tenso o aterrador cuando traslada la acción de las casas embrujadas de las predecesoras a los terrenos más básicos del thriller de terror sobrenatural sobre detectives, posesión y exorcismos.





 

La trama se ambienta en 1981 y describe un nuevo caso sobrenatural que investigan los detectives paranormales, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga). Ellos documentan frente a la cámara el exorcismo de David Glatzel, un niño de unos ocho años que se halla poseído por un demonio. En la sala están los familiares de este, encabezados por su hermana Debbie y el novio de esta, Arne. También se une el padre Gordon, un sacerdote profesional en el arte del exorcismo. Ed y Lorraine se unen al padre para sacar el demonio que quebranta los huesos del chiquillo a través del caos desatado en la casa. Pero no pueden hacer nada y son lanzados por las paredes. Mientras sufre un ataque al corazón, Ed es testigo de cómo Arne, en un acto de sacrificio, invita al demonio a que posea su cuerpo en lugar de David. El episodio satánico termina con aparente calma. Tiempo después, en el hospital Ed le cuenta su versión de los hechos a Lorraine, consciente de que el demonio resurgirá en el cuerpo de Arne. Lorraine, como clarividente profesional, inmediatamente llama a la policía para anunciar el crimen de Arne. Pero es demasiado tarde. Bajo la influencia del diablo y de la canción “Call Me” de Blondie, Arne, agobiado por un demonio invisible que aparece en su casa, asesina con 22 puñaladas limpias a un colega y luego es detenido todo ensangrentando en la carretera por un policía afroamericano.



Vera Farmiga y Patrick Wilson. Fotograma de Warner Bros.


A partir de ese detonante, la película toma el camino facilón de la narrativa de los detectives que examinan el caso de homicidio de supuesto origen sobrenatural, sin ningún tipo de golpe de efecto que sea sorpresivo, de una manera esquemática y convencional en la que vaticino fácilmente las situaciones que los colocan a ellos al filo del peligro paranormal, de figuras horrorosas que solo están disponibles para asustar a la gente. Los personajes, Ed y Lorraine, están motivados a resolver el caso del homicida caucásico por la fuerte creencia religiosa y sobrenatural y porque están convencidos de que el diablo lo hizo, pero también porque lo ven como una oportunidad de sacar a la luz la veracidad del horror supernatural ante la policía escéptica que investiga el crimen y el sistema judicial estadounidense que prepara el veredicto, cosa que logran al llevarlo a la corte y convertirlo en el primer juicio por asesinato alegando como defensa la posesión demoníaca que experimenta Arne.


Las acciones de los protagonistas responden, fundamentalmente, a la ética de la demonología: encontrar la fuente que ocasiona la posesión diabólica sobre esas personas, o sea, el conjuro que impide que los exorcismos sean eficaces. Ed aporta el conocimiento sobre simbología de los objetos satanistas y Lorraine la clarividencia que le permite recrear acontecimientos ocultos en el pasado. Su moralidad se basa en hacer el bien ayudando a las almas poseídas por el diablo. Sin embargo, encuentran las pistas con demasiada facilidad, como la escena en que descubren el tótem de brujería intencionalmente colocado en el sótano del viejo cura y miembro de una secta macabra que les sirve para sospechar de que el asunto se trata de una maldición satánica. También en la que comprenden la naturaleza del asunto cuando cooperan en una investigación policial sobre la muerte de una tal Katie Lincoln, una joven que murió apuñalada 22 (la policía halló un tótem similar al que buscan en la casa de una amiga desaparecida de esta llamada Jessica), y se dirigen al bosque en el que se encontró el cuerpo, donde Lorraine tiene una visión sobre el crimen y reconoce, no solo que Jessica había apuñalado a Katie estando poseída también por un demonio y luego se suicidó, sino, además, lo que provoca la maldición es una hechicera que tiene el afán satisfacer a satanás ofreciendo una muestra de suicidio-homicidio de las personas que posee.



Vera Farmiga y Patrick Wilson. Fotograma de HBO Max.



Chaves maneja una atmósfera que es coherente representando visualmente los interiores de las casas fantasmagóricas decoradas con candelabros, calaveras y libros ocultistas. Lo que veo es oscuro y tétrico. Pero por alguna razón permanezco en estado de impavidez por la manera en que el ritmo cohesiona el conjunto a paso de tortuga y el excesivo uso de los jump scare está fríamente posicionado para causarme un suspenso que, desafortunadamente, no siento nunca durante dos largas horas de metraje. Comprendo su intención de evocar los sustos por medio del cambio repentino de los silencios a los ruidos abruptos, pero en lugar de que me resulten inesperados o impactantes, consiguen el efecto diametralmente opuesto. No siento pavor ni aprensión, como si tuviera el mal de Urbach-Wiethe, aunque insólitamente consigo reírme mucho en la secuencia de la morgue en la que pone a los Warren a tratar de ubicar el paradero de la ocultista tocando la mano de un cadáver y luchan contra un monstruo bastante grotesco.


El ejercicio de horror, producido con los mecanismos más pueriles del género, le pasa factura a la narración hasta dejarme fatigado viendo al matrimonio de investigadores paranormales que se enfrentan a una villana vacía en el túnel sombrío de una casa de color rojo para no dejarse poseer por el ritual de la muerte organizado por las fuerzas malignas del señor Satán y vencer los obstáculos terroríficos con una cursi parábola sobre el amor. Los personajes que presenta me parecen tan huecos como las cavernas del infierno. A ratos tengo la sensación de que lo que veo me lo han contado cientos de veces, pero al terminar la pesadilla me temo que no puedo hacer nada para remediarlo. El diablo me dijo que la viera y caí en la trampa.



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Ficha técnica
Título original: The Conjuring: The Devil Made Me Do It
Año: 2021
Duración: 2 hr 13 min
País: Estados Unidos
Director: Michael Chaves
Guión: David Johnson
Música:  Joseph Bishara
Fotografía: Michael Burgess
Reparto: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O'Connor, Sarah Catherine Hook,
Calificación: 5/10

Tráiler de la película






Nunca, rara vez, a veces, siempre

El sábado por la noche ocupo una parte de mi tiempo con el visionado de Nunca, rara vez, a veces, siempre, la tercera película como directora de Eliza Hittman, luego de esa cosa insulsa titulada Ratas de playa. No creo que sea una de las mejores que he visto en el año, pero me parece muy emotiva. Es un drama que ofrece una mirada bastante sobria sobre el aborto y la emancipación en la adolescencia, a través de dos actuaciones orgánicas de Sidney Flanigan y Talia Ryder. Su historia, escrita por un guion de Hittman, relata la existencia de Autumn, una adolescente algo introvertida de un pueblo de Pensilvania, con aspiraciones a cantante, que carga consigo el peso de un embarazo no deseado y, sin el consentimiento de sus padres, se embarca en un viaje en autobús a Nueva York junto con su prima Skylar con la intención de abortar. Con un ritmo contemplativo, Hittman encuadra la odisea de las dos jóvenes de provincia en la ciudad que nunca duerme y muestra el duro camino de Autumn sin pretensiones ni sensiblería gratuita. Su lectura, en cierta medida feminista, justifica el aborto por el hecho de que Autumn, como muchas adolescentes embarazadas, fue víctima en el pasado de un abuso sexual perpetrado por un hombre que la dejó en un estado de vulnerabilidad, tanto física como psicológica, por lo que ahora desconfía de cualquier vampiro masculino. Lo revela con mayor fuerza en la escena en que Autumnn es entrevistada por la consejera de la clínica de aborto y responde las preguntas por medio del relato no iconógeno sobre la naturaleza abusiva de las parejas que ha tenido y el amplio espectro de dolor que ha dejado sobre ella como si fuera una cicatriz imborrable. También habla sobre las heridas morales del acoso y las inclinaciones conservadoras de las zonas rurales para afrontar la problemática del aborto. Por otro lado, el empleo del primer plano exterioriza verdades. Los diálogos tienen vocación por la sobriedad. Y el leitmotiv de Julia Holter conquista mis sensibilidades auditivas. Aunque en algunos momentos me resulta previsible por la manera en que se desarrolla el fondo, no deja de parecerme un drama conmovedor, sobre todo por los gestos, los silencios y las miradas que emplea la debutante Sidney Flanigan para comunicar la desilusión y las dudas intrínsecas de esa adolescente embarazada que anhela ver la luz al final del túnel.



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Ficha técnica
Título original: Never Rarely Sometimes Always
Año: 2020
Duración: 1 hr 40 min
País: Estados Unidos
Director: Eliza Hittman
Guion: Eliza Hittman
Música: Julia Holter
Fotografía: Hélène Louvart
Reparto: Sidney Flanigan, Talia Ryder, Théodore Pellerin, Ryan Eggold, 
Calificación: 7/10
El muelle de Brumas

El jueves por la noche, aprovechando una edición restaurada de la Cinemateca Francesa, me dispongo a ver El muelle de las Brumas, de Marcel Carné. No sé si puedo considerarla una obra maestra del cine francés, pero a decir verdad se trata de una película poética y desoladora en la que Carné ilustra metáforas sutiles sobre la negación de la libertad con un tono atmosférico y con interpretaciones bastante solventes de Jean Gabin, Michèle Morgan y Michel Simon. Es su tercera película como director, precediendo por un año a la magnífica Amanece. Al igual que la mencionada, forma parte del catálogo del realismo poético, cosa que percibo de inmediato al observar las acciones de unos derrotistas que se desarrollan en el entorno sórdido y fatalista de un muelle, donde la idea de redención parece esfumarse tan rápido como el vapor de un barco. Relata la historia de Jean, un desertor del ejército francés que tiene la urgencia de huir en barco para no ser sometido a la justicia y llega a un muelle de Le Havre, una ciudad portuaria cubierta permanentemente por la niebla, la humedad y el ruido de los barcos. El conflicto que gira alrededor de Jean se detona cuando este frecuenta Casa Panamá, un bar poblado por borrachos, pintores suicidas, gánsteres y una bella prostituta llamada Nelly, de la cual se enamora. Los diálogos del guión de Prévert describen, no solo las circunstancias lóbregas que los ha llevado a coexistir en el muelle brumoso, sino, además, los pensamientos intrínsecos que manifiestan ideas sobre la felicidad, la pasión, la desilusión y la muerte. Son diálogos que evocan poesía. Por otro lado, el trato proxémico del espacio representa la difícil condición social de ellos por medio de elementos visuales: decadencia industrial, patios oscuros, calles mojadas, barcos oxidados, interiores desorganizados bañados de una frecuente iluminación expresionista. Aunque su empleo de la elipsis por momentos me hace predecir ciertas escenas y el destino de los personajes (el barco en la botella, la pistola en la gaveta, el reloj de pared, el cuchillo, etc.), me parece escueta por las actuaciones del reparto. Simon hace de villano celoso y obsesivo. Morgan luce bien creíble como la mujer fatal del impermeable transparente, habitualmente apoyada de gestos delicados y de una mirada preocupada. Y Gabin, ese tipo duro francés capaz de abofetear al gánster del barrio, es bastante orgánico cuando emplea su rostro y su gestualidad para ponerse en la piel de ese hombre solitario y temperamental que busca una libertad que lo haga olvidar los duros golpes del pasado en la guerra. Todos ellos conciben una tragedia romántica que me conmueve en cualquier escena.



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Ficha técnica
Título original: Port of Shadows (Le Quai des Brumes)
Año: 1938
Duración: 1 hr 32 min
País: Francia
Director: Marcel Carné
Guion: Jacques Prévert.
Música: Maurice Jaubert
Fotografía: Eugen Schüfftan
Reparto: Jean Gabin, Michèle Morgan, Michel Simon, Pierre Brasseur
Calificación: 7/10
Cumbres borrascosas

Tras unos cuantos años sin revisar películas de ese magnífico cineasta llamado William Wyler, retomo su filmografía con el visionado de Cumbres borrascosas. Está adaptada parcialmente de la novela homónima victoriana de Emily Brontë, y es posiblemente la segunda en ser llevada al cine tras la película muda perdida de 1920. Como melodrama de época me parece bastante conmovedor por la manera en que Wyler realiza apuntes sobre prejuicios, clases sociales y amor imposible, con estupendas interpretaciones y un estilo visual muy luminoso de Toland. La historia se ambienta en el siglo XIX y relata la existencia Heathcliff, un hombre huraño que recibe en los interiores de su lúgubre mansión a un viajero llamado Lockwood, en medio de una noche agitada por una tormenta. Por medio de un racconto prolongado, el ama de llaves de la residencia le cuenta al viajante la vida trágica del señor Heathcliff y el amor que este todavía siente por Cathy, el amor de su vida y de quien cree escuchar la voz de su fantasma por las noches. La primera parte posee el tono de una fábula dickensiana. En la segunda, la tragedia adquiere una dimensión sombría con la dialéctica del amor imposible que se amplifica por medio de la ironía cuando Heathcliff, adinerado gracias al paraíso capitalista de las oportunidades, regresa al pueblo solo para ver a su amada casada por puro capricho con el vecino de alta sociedad. Los diálogos de Hecht tienen vocación por la sobriedad. Las actuaciones de Laurence Olivier y Merle Oberon desprenden vitalidad en cada escena. Con una presencia shakesperiana, Olivier captura con mucha sutileza los gestos y la mirada de ese individuo desesperado y temperamental que en el interior está destrozado. También me resulta natural la actuación de Oberon cuando exterioriza la histeria y la desilusión de esa dama que no puede manifestar los sentimientos de su corazón. Wyler los encuadra con el riguroso sentido compositivo de la lente de Toland, en el que emplea usualmente un encuadre móvil y la iluminación barroquista para señalar en cada plano algunos de los conflictos internos de los personajes sobre el espacio, con una rica puesta en escena que reproduce el período con cierta autenticidad, así como la música empática de la partitura de Newman para magnificar el lado emocional y melancólico del relato. Aunque no me emociona al tope, su romance gótico me deja maravillado durante una hora y cuarenta minutos.



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Ficha técnica
Título original: Wuthering Heights
Año: 1939
Duración: 1 hr 44 min
País: Estados Unidos
Director: William Wyler
Guion: Ben Hecht, Charles MacArthur
Música: Alfred Newman
Fotografía: Gregg Toland
Reparto: Merle Oberon, Laurence Olivier, David Niven, Flora Robson
Calificación: 7/10
Hollywood de juerga

Sinopsis: En un centro nocturno Ciro's en Hollywood, varias celebridades asisten a una cena por solo 50 dólares con facilidades de pago y a bailar música de conga.


Ficha técnica
Título original: Hollywood Steps Out
Año: 1941
Duración: 08 min
País: Estados Unidos
Director: Tex Avery
Guion: Melvin Millar
Música: Carl W. Stalling
Fotografía: Rod Scribner
Reparto (voces): Dave Barry, Sara Berner y Mel Blanc
Calificación: 7/10




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