Un pasaje de ida, ópera prima de Agliberto Meléndez es una película que, dentro de su relevancia histórica, tiene la distinción de ser uno de los primeros largometrajes de ficción del cine dominicano moderno. Está basada en la tragedia del barco Regina Express ocurrida el 5 de septiembre de 1980, donde 22 polizones dominicanos murieron asfixiados y otros 12 resultaron heridos al permanecer escondidos en el tanque de lastre de la embarcación en la que pretendían viajar ilegalmente hacia los Estados Unidos. En este sentido, me parece un drama aceptable en el que Meléndez busca retratar, con realismo y tono atmosférico, las realidades sociales de la migración clandestina, pero, por desgracia, presenta tropiezos narrativos y limitaciones que afectan su impacto general, quedando en un terreno irregular en el que su ejecución no siempre está a la altura de sus ambiciones. Su argumento, ubicado en 1981 después de un prólogo que ilustra las actividades de unos polizones, sigue a unos obreros que tratan de emigrar para alcanzar el sueño americano y escapar de la pobreza de los barrios marginados que trae la falta de oportunidades, donde una noche abordan el barco clandestinamente sin levantar la sospecha de las autoridades portuarias y con total complicidad de la tripulación, pero poco antes de zarpar son encerrados en el tanque de lastre por los delincuentes para evitar ser descubiertos por los inspectores. En términos generales, la narrativa me resulta decente, en principio, por la manera en que se ensambla a partir de las fórmulas del drama social para mostrar el calvario que surge de un dilema ético-moral. El problema fundamental, sin embargo, es que la narrativa adolece de una estructura desigual que no logra mantener un desarrollo consistente sobre la construcción de los personajes y, a menudo, las motivaciones detrás de sus acciones se sienten forzadas o poco desarrolladas porque, dicho sea de paso, permanecen estacionados sobre una serie de situaciones previsibles que se reducen a diálogos expositivos que carecen de naturalidad, algo que le resta organicidad a las interacciones y hace que algunos momentos dramáticos me resulten irremediablemente cutres, incluso en las escenas retrospectivas que sirven para sustentar los motivos de algunos de ellos. La narración parece más centrada en subrayar la injusticia de la situación que en explorar la complejidad de los personajes o las dinámicas sociales de manera matizada. Y, por esta razón, sospecho que su afán situacionista por ser un testimonio social a veces cae en un lapso excesivamente didáctico y hasta maniqueo cuando Meléndez utiliza a los personajes solo como víctimas de un sistema injusto para sintetizar un comentario sobre la corrupción burocrática, la desigualdad social y la inmigración ilegal, entendida como la condición socioeconómica de unos polizones que deciden poner su destino en manos de las redes oscuras del tráfico de personas con el único propósito de perseguir el dinero fácil y la ambición inducida por la codicia que proviene presuntamente del capitalismo. Al margen de esta síntesis discursiva colectivista, por lo menos encuentro que la actuación de Miguel Ángel Muñiz es orgánica cuando interpreta con sus gestos histriónicos a un polizón desesperado que está dispuesto a lo que sea para salir de la miseria. El resto del reparto muestra su compromiso hasta cierto punto, pero la inexperiencia como intérpretes se hace evidente en ciertas escenas en las que sobreactúan. Por otro lado, la estética de Meléndez dota el encuadre de cierta autenticidad para narrar la odisea de los polizones a través del uso del primer plano, los entornos marginales, el encuadre móvil, la elipsis, el fuera de campo y las atmósferas opresivas dentro del barco, producto de un luminoso trabajo de fotografía de Peyi Guzmán. La edición de sonido es cuestionable, al igual que la partitura de Rafael Solano. Estas decisiones estéticas acentúan el grado de pánico de unos personajes que experimentan el confinamiento, la oscuridad, el calor y la humedad. Pero, desafortunadamente, nada de esto corrige la ausencia de profundidad emocional del viaje sin retorno.
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Ficha técnica
Año: 1988
Duración: 1 hr. 30 min
País: República Dominicana
Director: Agliberto Meléndez
Guion: Adelso Cass, Danilo Taveras, Agliberto Meléndez
Música: Rafael Solano
Fotografía: Pedro "Peyi" Guzmán
Reparto: Horacio Veloz, Ángel Muñiz, Miguel Buccarelly, Carlos Alfredo Fatule, Ángel Haché, Rafael Villalona, Félix Germán, Víctor Checo, Juan María Almonte, Pepito Guerra
Calificación: 6/10
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