La leyenda de Ochi

En La leyenda de Ochi, la ópera prima de Isaiah Saxon, encuentro las señas particulares de aquella fórmula spielbergiana sobre niños ordinarios que descubren cosas extraordinarias, bajo los marcos ficcionales del cine fantástico que se supone que es para toda la familia. Pero durante una hora y media permanezco sentado en mi asiento cuestionando, en más de una ocasión, las decisiones creativas que hay detrás de su guión. A pesar del atractivo visual, las buenas intenciones de su premisa se pierde en una narrativa aburrida y unos personajes huecos que no le añaden sustancia a la fábula de aventura sobre xenofobia, identidad cultural y dilemas familiares. Su argumento se ubica en un pueblo remoto de la ficticia isla de Carpatia y sigue a Yuri, una joven que ha sido criada por su autoritario padre para ser una cazadora, junto a otros niños, de unas criaturas que habitan los bosques llamadas Ochi; pero cuya vida cambia radicalmente cuando rescata a un bebé Ochi herido y emprende un largo viaje para devolverlo a su hogar. En general, esta narrativa se desarrolla sobre las bases del drama familiar, el cine de aventuras y la fantasía, donde la joven protagonista escapa de su casa para descubrir un mundo desconocido más allá de las fronteras establecidas. En este sentido, se muestra la travesía de Yuri cuando carga al pequeño Ochi en su mochila mientras se enfrenta a los peligros de la naturaleza inquieta y los animales salvajes; la misión del padre desesperado con armadura y hacha en mano que sale con su ejército de chavales armados para buscar a su hija perdida; la llegada de la madre de Yuri que vive como una ermitaña en una remota cabaña ubicada en las montañas. Sin embargo, todos los personajes carecen de desarrollo porque solo cumplen una función descriptiva para impulsar la trama inútilmente y, por lo regular, sus acciones caen en un terreno accidentado en el que casi no se sabe nada de ellos, además de que suelen atravesar una serie de situaciones predecibles a las que le falta cohesión. Las motivaciones de los personajes secundarios son poco exploradas, quedando solo como meros accesorios narrativos. Los diálogos expositivos tienden a sobreexplicar las obviedades del conflicto familiar. Y los momentos clave, como la conexión entre Yuri y el Ochi, se manifiestan de una forma apresurada que no da tiempo a empatizar con su amistad. Todo permanece estancado entre las persecuciones en el bosque, las conversaciones al aire libre y los instantes de reconciliación. Como es habitual en las producciones de A24, Saxon acomoda los conflictos de los personajes para comunicar, desde la superficie, un comentario sobre la xenofobia, la familia y los prejuicios sociales, entendido como la aventura de una adolescente que alcanza la mayoría de edad al rechazar las órdenes establecidas por el orden patriarcal para abandonar el prejuicio y conquistar los miedos identitarios que le impiden "aprender otro idioma". A modo subtextual, la figura del Ochi metaforiza la condición del inmigrante que intenta sobrevivir a un lugar hostil en el que no es bienvenido por las leyendas ancestrales contadas por los odiadores xenófobos. El problema de su discurso, no obstante, es que casi no tiene profundidad porque pide a gritos que se tome en serio su paranoia progresista sobre los inmigrantes ilegales. Saxon, por otra parte, se preocupa, por lo menos, de implementar algunas propiedades estéticas que le confieren autenticidad al extraño mundo de Carpatia a través del vestuario, el decorado de los escenarios, el primer plano, el uso de la iluminación y las panorámicas naturalistas que evocan atmósferas visualmente absorbentes en un par de planos. El diseño CGI de los Ochi también me resulta competente. Estos elementos integrados, junto a la banda sonora y la shakespeariana actuación de Willem Dafoe, son las únicas cosas a destacar porque, francamente, es una película aburrida, sin ritmo, que falla al intentar mimetizar el encanto de las fábulas fantásticas de los años 80.



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Ficha técnica
Título original: The Legend of Ochi
Año: 2025
Duración: 1 hr. 35 min.
País: Estados Unidos
Director: Isaiah Saxon
Guion: Isaiah Saxon
Música: David Longstreth
Fotografía: Evan Prosofsky
Reparto: Helena Zengel, Finn Wolfhard, Emily Watson, Willem Dafoe
Calificación: 5/10
Parthenope: Los amores de Nápoles

En Parthenope, el director italiano Paolo Sorrentino recupera su poética de la juventud para escudriñar, supongo, la ligereza que se esconde detrás de la belleza. Por lo que sé, describió su material como una metáfora de aquella sirena de la mitología griega llamada Parténope, que más adelante dio nombre a una ciudad situada en Nápoles, Italia. Sin embargo, las dos largas horas que paso viendo sus escenas me hacen cuestionar, en más de una ocasión, si lo que trata de narrar es un anuncio comercial para una fragancia femenina, porque, en efecto, es lo que parece a simple vista. Desde la superficie, se muestra como un drama en el que Sorrentino, con su estética habitual, arroja un par de planos de elegancia mediterránea, pero, por desgracia, su narrativa es un vacuo canto de sirenas que parece una promoción pagada de Yves Saint Laurent, donde veo desperdiciado el talento y la beldad de esta actriz, desconocida para mí, llamada Celeste Dalla Porta. Su trama se ambienta en la citada ciudad de Nápoles a partir de los años 60 y relata la existencia de Parthenope, una mujer de enorme belleza que atrae la mirada de todos los hombres que la observan de lejos, incluyendo su hermano incestuosamente apegado a ella y el vecino que está obsesionado con poseerla; pero cuya forma de ver la vida va cambiando con el paso de los años, a medida que conoce a los hombres y, además, cursa la carrera de antropología a las órdenes de un profesor estricto al que desafía intelectualmente. En términos generales, la narrativa tiene un comienzo interesante al mostrar la cotidianidad de Parthenope cuando explora su feminidad para descubrirse a sí misma mientras sigue su propio camino individualista frente al mar. El problema fundamental, no obstante, es que todo el asunto se vuelve anodino porque el personaje de Parthenope carece de desarrollo más allá de las descripciones superfluas que justifican sus motivaciones y, por si fuera poco, sus acciones se reducen inútilmente a un abanico de situaciones rutinarias que se reparten entre las poses, los cigarrillos fumados y los diálogos a puerta cerrada sobre nimiedades mundanas. De esta manera, me quedo inmediatamente anestesiado por la falta de tacto dramático que hay en la travesía de Parthenope cuando se cruza con unos personajes secundarios —desde los amantes hasta los excéntricos habitantes— que, entre otras cosas, no aportan nada sustancial al conflicto central. Todo luce demasiado arreglado en su capa de banalidad. Y tengo la sospecha de que Sorrentino intenta retratarla de cierta manera para ofrecer un comentario sobre la feminidad, el deseo, la vejez y la mundanidad de la belleza, entendida como la búsqueda de libertad individual de una mujer frívola que, en su viaje de décadas, descubre el valor de ser independiente en una sociedad machista que la cosifica como una muñeca de porcelana con el paso del tiempo. En este sentido, la actuación de Dalla Porta es un poco decente al comunicar, con su mirada y la expresividad de su rostro, la melancolía de una mujer solitaria, inteligente, que emplea el poder de lo bello para emanciparse de los estereotipos femeninos, a pesar de que a veces parece una figura etérea sin profundidad que nunca logra trascender su simbolismo. A un ritmo letárgico, Sorrentino encuadra a Dalla Porta en una puesta en escena que, por lo menos, refleja sus preocupaciones estéticas a través del vestuario, la elipsis, los decorados opulentos, la iluminación, el primer plano, el encuadre móvil y un amplio sentido de armonía compositiva que se subraya en el uso  del plano panorámico que frecuentemente embellece las figuras casi manieristas que posan sobre los paisajes marinos del mar Mediterráneo. Este ejercicio de estilo de Sorrentino, ajustado sobre un tono erótico y surrealista, acentúa imágenes suntuosas y una banda sonora evocadora, pero, en resumen, no posee brío ni introspección. Queda, más bien, como una película plana, preocupada en admirarse a sí misma frente al espejo.



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Ficha técnica
Título original: Parthenope
Año: 2024
Duración: 2 hr. 17 min.
País: Italia
Director: Paolo Sorrentino
Guion: Umberto Contarello, Paolo Sorrentino
Música: Lele Marchitelli
Fotografía: Daria D'Antonio
Reparto: Celeste Dalla Porta, Gary Oldman, Stefania Sandrelli, Luisa Ranieri, Silvio Orlando
Calificación: 4/10

Descubre cuáles son las 200 mejores películas del siglo XXI (2000-2025) hasta este momento, en un listado ecléctico que no encontrarás en el New York Times.



Las 100 mejores películas del siglo XXI


A pocos meses de cerrar los primeros 25 años del siglo XXI, me lanzo con entusiasmo a recopilar las 100 mejores películas de este período, siguiendo mi tradición de elaborar listas anuales basadas en mis criterios personales, siempre subjetivos y, por qué no, un tanto audaces. Este listado, ordenado por relevancia numérica, nace de un universo de miles de películas que he tenido el privilegio de disfrutar, ya sea en mi sala de proyección personal, en cines o a través de las plataformas de streaming que han transformado nuestra manera de consumir cine.


La selección inicial abarcó cientos de títulos estrenados entre 2000 y 2025, pero tras un arduo proceso de curación, logré reducirla a estas 100 joyas cinematográficas. No pretendo que esta lista sea definitiva, como sucede con la reciente infame lista del New York Times; es un trabajo vivo que se actualizará con el tiempo, incorporando nuevas obras que merezcan un lugar en este panteón fílmico. Mi objetivo es destacar aquellas películas que, por su impacto artístico, emocional o técnico, han marcado este cuarto de siglo.



El siglo XXI ha sido testigo de una revolución en el cine. La irrupción de las plataformas de streaming, lideradas por gigantes como Netflix, Amazon y Disney, ha desafiado el dominio de los estudios tradicionales de Hollywood, democratizando el acceso al contenido y acelerando la producción de películas. Este cambio ha traído una avalancha de historias variadas, pero también un ritmo vertiginoso, o mejor dicho líquido, que amenaza con sepultar grandes obras en el olvido. Por eso, listas como esta son más relevantes que nunca: sirven como faros para rescatar y celebrar el cine que trasciende.


Mi metodología, como siempre, se basa en mi propio sistema de evaluación, que no pretende ser objetivo ni complacer a todos. Sé que mis elecciones pueden generar debates acalorados entre los puristas del cine, pero esa es precisamente la belleza del arte: su capacidad para dividir y unir a la vez. Este listado se nutre de mis reseñas anuales, que he compilado con dedicación desde el año 2000, y refleja mi visión personal de lo que hace a una película memorable.



A continuación, presento las 100 mejores películas del siglo XXI, ordenadas por su relevancia según mi criterio. La lista se actualizará periódicamente para incorporar nuevos estrenos o reconsiderar títulos a la luz de nuevas perspectivas. Sin más preámbulos, aquí va:



01. Origen (2010)
02. Mulholland Drive (2001)
03. Incendies (2010)
04. Ciudad de dios (2002)
05. Bastardos sin gloria (2009)
06. El maestro (2012)
07. El irlandés (2019)
08. La red social (2010)
09. Héroe (2002)
10. Timbuktú (2014)
13. Toni Erdmann (2016)
14. Regreso a casa (2014)
15. La caída (2004)
16. Osama (2003)
17. Watchmen (2009)
18. El lobo de Wall Street (2013)
19. Interestelar (2014)
21. El gran pez (2003)
22. Una aventura extraordinaria (2012)
23. El renacido (2015)
24. Bestias sin patria (2015)
25. Los 8 más odiados (2015)
27. Exiliado (2006)
28. Memento (2000)
29. Los infiltrados (2006)
30. El árbol de la vida (2011)
31. Vals con Bashir (2008)
34. La gran belleza (2013)
35. El laberinto del fauno (2006)
36. El arca rusa (2002)
37. La doncella (2016)
38. Un profeta (2009)
39. Parásitos (2019)
40. Perdidos en Tokio (2003)
41. Somos una familia (2018)
42. El gran truco (2006)
43. Petróleo sangriento (2007)
44. Volver (2006)
45. Kill Bill: Volumen 1 (2003)
46. Y tu mamá también (2001)
47. El señor de los anillos: El retorno del rey (2003)
48. Amores perros (2000)
55. Snatch: Cerdos y diamantes (2000)
56. Naturaleza muerta (2006)
57. 21 gramos (2003)
61. Por siempre Lilya (2002)
62. Adaptación (2002)
82. La favorita (2018)
83. Blade Runner 2049 (2017)
84. Guerra fría (2018)
85. Atrápame si puedes (2002)
86. Fuera de juego (2006)
87. El tigre y el dragón (2000)
88. El señor de los anillos: Las dos torres (2002)
89. Un día en familia (2008)
90. Dogville (2003)
91. Politécnico (2009)
92. Elefante (2003)
93. Matrimonio tardío (2001)
94. Katyn (2007)
95. El hijo de Saúl (2015)
96. Hable con ella (2002)
97. Cafarnaúm (2018)
98. In the Loop (2009)
99. Casino Royale (2006)
100. La provocación (2005)
101. Vivir (2022)
102. La noche más oscura (2012)
103. El atlas de nubes (2012)
104. Felices dieciséis (2002)
105. El ocaso del samurai (2002)
106. El luchador (2008)
107. Yo capitán (2023)
108. 12 años de esclavitud (2012)
109. Amélie (2001)
115. El secreto de sus ojos (2009)
116. Domingo sangriento (2002)
117. Cartas desde Iwo Jima (2006)
118. Gravedad (2013)
119. El artista (2011)
120. La llegada (2016)
121. Omar (2013)
123. El topo (2011)
124. Kill Bill: Volumen 2 (2004)
128. Frost/Nixon (2008)
129. Sentencia previa (2002)
130. Los increíbles (2004)
131. Donnie Darko (2001)
132. Yo, Tonya (2017)
133. Perdida (2014)
134. En primera plana (2015)
135. El infiltrado del KKK (2018)
140. Vivir al límite (2008)
141. La gran estafa (2001)
142. Ciudad del pecado (2005)
143. Capote (2005)
144. Up: una aventura de altura (2009)
145. Jackie (2016)
146. Temple de acero (2010)
147. El primer hombre (2018)
148. Hugo (2011)
149. Dheepan (2015)
150. Dunkerque (2017)
151. El empleo (2008)
152. Gladiador (2000)
153. El viento que acaricia el prado (2006)
155. Antes del atardecer (2004)
156. Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004)
157. Tierra de nadie (2001)
158. Una historia violenta (2005) 
159. El expreso del miedo (2013)
160. Machuca (2004)
161. Babel (2006)
162. Cinderella Man (2005)
163. Jurado nº 2 (2024)
165. Victoria (2015)
166. Wall-E (2008)
167. Una mente brillante (2001)
168. El ultimátum de Bourne (2007)
169. Batman inicia (2005)
170. Mommy (2014)
171. 007: Operación Skyfall  (2012)
172. Toy Story 3 (2010)
173. Capitán Fantástico (2016)
174. Amor sin escalas (2009)
175. Slam Dunk: la película (2022)
177. Lluvia de hamburguesas (2009)
178. Secretos íntimos (2006)
179. El último samurái (2003)
180. Expiación, deseo y pecado (2007)
181. El tren de las 3:10 (2007)
182. En el dormitorio (2001)
183. Capitán Phillips (2013)
184. 127 horas (2010)
185. La habitación (2016)
186. Escándalo americano (2013)
187. El discurso del rey (2010)
188. Hater (2020)
189. El señor de la guerra (2005)
190. Hotel Rwanda (2004)
199. Kick-Ass (2010)


Los títulos restantes, considerando que este siglo todavía no termina, se añadirán progresivamente, siguiendo el mismo criterio de selección basado en mis listas anuales. Mantente atento a las actualizaciones.



Este listado no es solo un ejercicio de nostalgia, sino un testimonio del poder del cine para reflejar, desafiar y transformar nuestra percepción del mundo. Espero que esta selección te inspire a redescubrir estas obras o a explorarlas por primera vez. 

El pacto

El pacto es una película de Guy Ritchie que rastrea ese cine bélico de la última década ambientado en el contexto de la guerra de Afganistán, donde se suele mostrar a un pelotón de soldados norteamericanos que luchan contra los talibanes en medio de una misión que sale mal, como ocurre en El único sobreviviente (Berg, 2013) y La batalla de Kamdesh (Lurie, 2019). Aunque tiene momentos rescatables con las actuaciones decentes de Jake Gyllenhaal y Dar Salim, su narrativa tiende a frecuentar lugares comunes que son predecibles y, en general, carece de la pujanza suficiente como para ser un drama bélico completamente satisfactorio sobre heroísmo, inmigración y dilemas éticos. La trama sigue a John Kinley, un sargento mayor de los boinas verdes del ejército estadounidense en Afganistán, y su intérprete local, Ahmed, quienes forman un vínculo tras sobrevivir a una emboscada frente a las guerrillas del talibán. En una primera mitad, se muestra la odisea de John cuando es ayudado por Ahmed, mientras permanece malherido y observa el sacrificio que hace el musulmán para que puedan escapar por las montañas a una zona segura lejos del dominio de los talibanes con metralleta en mano que ponen un alto precio sobre sus cabezas. En la segunda, en cambio, presenta la misión encubierta de John cuando, varias semanas después de haber sido rescatado, atraviesa el territorio enemigo para rescatar a Ahmed y su familia como muestra de agradecimiento por haberle salvado la vida previamente. En términos generales, la narrativa se monta sobre las bases genéricas del cine bélico para comunicar, en sus dos mitades, un comentario sobre la lealtad, la ética y el llamado del deber, entendido como la misión personal de un hombre que abandona el prejuicio hacia los extranjeros y descubre el valor moral de lo que significa ser leal más allá de las barreras nacionales. Esto es, hasta cierto punto, entendible. Sin embargo, sospecho que los personajes no tienen mucha complejidad fuera de la capa banal que esquematiza sus motivaciones y los diálogos genéricos, además de que sus acciones se reducen, entre otras cosas, a un abanico de situaciones rutinarias que cae a menudo en los clichés básico del género bélico donde el héroe estadounidense debe "salvar" a su aliado afgano mientras matan a los terroristas estereotipados. El tono inconsistente, mostrado en algunas secuencias de combate, se debate entre el drama bélico introspectivo y el thriller de acción, pero no se compromete plenamente con ninguno de los dos géneros, quedando en un vacío donde todo el conflicto se resuelve sobre una plataforma de facilismos. Por la parte actoral, por lo menos, encuentro que Gyllenhaal ofrece una actuación competente como el oficial desconfiado, serio, impulsivo, que busca al amigo afgano que le salvó la vida para saldar la deuda; aunque a ratos me da la sensación de que su personaje está limitado por un desarrollo superficial. Por otro lado, Salim brilla como Ahmed, aportando autenticidad a un papel secundario que podría haber caído en estereotipos, pero que, desde luego, es bastante sobrio utilizando la mirada y los gestos de su rostro para evocar la ira soterrada de un ciudadano afgano con el pasado trágico que intenta huir del infierno con una visa norteamericana. El estilo visual de Ritchie se acomoda para encuadrar a estos actores en una puesta en escena que se destaca, ante todo, por el vestuario militar, los intertítulos que describen conceptos militares, la reproducción auténtica del período y las panorámicas que capturan los paisajes desérticos y polvorientos de Afganistán, fruto de una correcta fotografía de Ed Wild. La banda sonora, compuesta por Christopher Benstead, es algo funcional, pero mis oídos son incapaces de escucharla. Se puede decir, en resumen, que es una película bélica con una ejecución irregular, a la que Ritchie no le pone la fuerza necesaria como para empujarla hacia un lugar que deje una huella duradera.



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Ficha técnica
Título original: The Covenant
Año: 2023
Duración: 2 hr. 03 min.
País: Reino Unido
Director: Guy Ritchie
Guion: Ivan Atkinson, Marn Davies, Guy Ritchie
Música: Christopher Benstead
Fotografía: Ed Wild
Reparto: Jake Gyllenhaal, Dar Salim, Antony Starr, Alexander Ludwig, Emily Beecham, Jonny Lee Miller
Calificación: 6/10

Esta nueva película de Joseph Kosinski pone a Brad Pitt a conducir a toda velocidad los coches de carrera de Fórmula 1.



F1: La película


En F1: la película, Joseph Kosinski, intenta capturar la adrenalina y el glamour de la cultura de la Fórmula 1, un deporte que combina velocidad, tecnología y drama humano sobre los intensos peligros de las pistas de carrera y donde, dicho sea de paso, unos pilotos temerarios compiten con suficiente destreza para alcanzar la gloria. De alguna manera, persigue ese cine sobre el automovilismo que ha estado en apogeo desde hace algunos años en películas como Rush (Howard, 2013) y Ford v. Ferrari (Mangold, 2019). Se dice que, poco antes de entrar en producción, varios estudios de Hollywood comenzaron a pujar por ella no solo porque tenía a Brad Pitt en el rol protagónico, sino porque, además del mismo Kosinski, sabían que contaba con el productor Jerry Bruckheimer y el guionista Ehren Kruger, un grupo que tuvo una ecuación exitosa cuando trabaron en Top Gun: Maverick (Kosinski, 2022) en sus respectivos papeles. Y hasta cuenta con el mismísimo Lewis Hamilton como uno de los coproductores. Nada de esto evita, por desgracia, que sienta lo mismo que me sucedió cuando vi Ferrari (Mann, 2023).

 

Las dos horas y media que paso viéndola en una función especial me invitan a razonar lo necesario como para saber que es una película deportiva que demuestra la ambición técnica de Kosinski en algunas secuencias de carrera, pero, desafortunadamente, tengo la sensación de que su narrativa pierde kilometraje y se queda en la parrilla de salida, incapaz de acelerar hacia alguna meta emocional con su trama predecible sobre redención, crecimiento personal y espíritu de competencia. Básicamente, no logra aprovechar el potencial de su premisa. Y ni siquiera la presencia de Pitt ayuda a reducir el octanaje convencional que se filtra en sus escenas como el aceite de motor.



Damson Idris y Brad Pitt. Fotograma de Warner Bros.


El argumento sigue la vida de Sonny Hayes (Brad Pitt), un antiguo piloto de Fórmula 1 que, luego de un accidente que lo obligó a retirarse en los años 90, dedica parte de su tiempo a competir en otras disciplinas automovilísticas de bajas categorías para satisfacer sus vicios como corredor solitario y apostador profesional; pero cuyo destino como nómada sin rumbo cambia cuando acepta el encargo de su amigo Rubén Cervantes (Javier Bardem), expiloto y excompañero de equipo, con el fin de salir del retiro para unirse a la escudería Apex Grand Prix (APXGP). En un intento de ser digno y recuperar los días perdidos, Hayes se dispone a utilizar sus habilidades para manejar de nuevo un monoplaza y tratar de contender en unas carreras de Fórmula 1 que ponen a prueba su experiencia frente a las nuevas generaciones de pilotos jóvenes; pero colisiona con la arrogancia del joven Joshua «Noah» Pearce (Damson Idris), un piloto británico muy prometedor que también corre para ApexGP y se convierte en su principal rival, a pesar de ser un novato.



Brad Pitt como Sonny Hayes


En términos generales, la narrativa de la película se ensambla sobre las bases habituales del drama, la aventura y la acción deportiva que se ambienta en el mundo de las carreras automovilísticas, donde el protagonista es un piloto que maneja el monoplaza en pistas de distintos países mientras busca redimirse por las cosas del pasado. En este sentido, se muestra las dificultades del piloto experto que emplea sus habilidades de conducción para llevar al equipo ficticio a desafiar a gigantes como Ferrari y Mercedes; la fanfarronería del piloto novicio que conduce de forma impulsiva para obtener el reconocimiento a toda costa antes de rechazar los avisos del compañero experto; las discusiones a puerta cerrada en la sala de control donde el jefe observa los resultados al lado de la ingeniera brillante (Kerry Condon) que es la directora técnica del equipo que tiene como reto diseñar un automóvil capaz de acelerar en las curvas más peligrosas. En cierta medida, todo se muestra casi como si fuera un spin-off espiritual de Top Gun: Maverick, pero su fórmula traslada el barullo de los aviones a las carreras deportivas de Fórmula 1.



El problema central, no obstante, radica en que su narrativa no está a la altura de sus ambiciones. El desarrollo de los personajes es uno de los puntos más débiles. El guion de Kruger arroja unos cuantos diálogos para añadirle sustento a las motivaciones de los personajes, pero, en general, solo los mantiene como estereotipos superficiales que estiran inútilmente el conflicto con sus descripciones, además de que reduce sus acciones a una serie de situaciones rutinarias que nunca escapa del epicentro estacionario que surge entre el drama fuera de la pista y la acción en las carreras, apoyándose en una trama previsible que suele reciclar los clichés del género deportivo con ciertos facilismos. Las motivaciones de Hayes, vinculadas a un trauma del pasado, se abordan de una manera apresurada que deja interrogantes abiertas que nunca se llegan a responder, y las escenas que intentan profundizar en su psicología carecen de dimensiones dramáticas; dejándolo solo como el veterano del automovilismo que debe superar sus demonios personales y las limitaciones de un equipo a punto de ser descalificado. Joshua, por su parte, es un personaje unidimensional que solo cumple el rol de ser rebelde, arrogante, competitivo y seguro de sí mismo, montado sobre el arco de relleno del inmigrante que trata de vencer los obstáculos del prejuicio racial y las barreras sociales en el deporte de la Fórmula 1 (casi como si estuviera basado en el propio Hamilton). Lo mismo sucede con el jefe que viste elegante o con la ingeniería que sirve de interés romántico. Todo me resulta familiar con estos personajes que se mueven sobre redención, rivalidad y trabajo en equipo, todo envuelto en una sucesión de entrenamientos y discursos motivacionales a los que les falta originalidad.





A pesar de que la película falla en equilibrar las rivalidades deportivas con conflictos personales, por lo menos encuentro decente las secuencias de carrera que reflejan el panorama de los circuitos de Fórmula 1 a través del vestuario, los decorados, el product placement y el diseño de los monoplazas. Por el lado visual, Kosinski utiliza el primer plano, el plano-contraplano, el plano subjetivo, la elipsis y algunas modalidades puntuales del encuadre móvil para comunicar la presión subjetiva que sienten los conductores que conducen a altas velocidades en circuitos icónicos como Silverstone o Mónaco, producto de una eficaz fotografía de Claudio Miranda que aprovecha las posibilidades de las cámaras IMAX. Esto capta la elegancia aerodinámica de los monoplazas, los accidentes imprevistos y el caos controlado de las competencias. Por el lado sonoro, en cambio, amplifica la impresión de velocidad con una consistente edición de sonido que evoca el ruido de los motores y las vibraciones producidas por la aceleración. La banda sonora, compuesta por Hans Zimmer, es otro elemento que es competente la complementar las carreras vertiginosas. Estos elementos aportan cierta autenticidad.



Estas secuencias, entre otras cosas, funcionan como un vehículo de lucimiento para Pitt. Su rol protagónico hace lo que puede con un papel que no le exige mucho más allá de su carisma habitual al interpretar a Sonny como un tipo experimentado, cínico, audaz, que desea superarse a sí mismo; pero demuestra su pericia física para conducir monoplazas a altas velocidades sin dobles de riesgo en algunos planos. Se puede decir que está comprometido en demostrar que es un actor que puede derrumbar murallas físicas incluso con 61 años en el cine de acción.



Brad Pitt


Esta película de Kosinski es una de las pocas que conozco ambientada en la contemporaneidad de la Fórmula 1. Su enfoque ficcionalizado, a modo de referencias, presenta equipos reales de la FIA como Red Bull Racing y Scuderia Ferrari y pilotos populares como Max Verstappen y Charles Leclerc, algo que sin duda el confiere una mirada auténtica con los deportistas de la actualidad que protagonizan los eventos. Sin embargo, tropieza con frecuencia en muchos lugares comunes y opta por glorificar la competición sin cuestionarla. El primer acto se extiende demasiado al presentar personajes y conflictos de manera redundante, mientras que el clímax llega un poco tarde para compensar la falta de combustible. Con una duración de más de dos horas, podría haberse beneficiado de un montaje más ajustado para mantener un pulso que casi no se siente ni con los asientos móviles de la sala 4DX. Se trata de un episodio promocional y poco emocionante de la principal competición de automovilismo internacional, uno que cruza la meta, pero, en última instancia, no alcanza la pole position.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: F1: The Movie
Año: 2025
Duración: 2 hr. 35 min.
País: Estados Unidos
Director: Joseph Kosinski
Guion: Ehren Kruger
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Claudio Miranda
Reparto: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon
Calificación: 6/10

Tráiler de F1: La película



Los osos no existen

En Los osos no existen, el director iraní Jafar Panahí recurre de nuevo a su poética del realismo docuficcional para elaborar, desde la base del cine de carretera, una síntesis discursiva sobre las tradiciones iraníes y la represión política del régimen teocrático liberticida de la República Islámica de Irán. Al igual que su antecesora, Tres caras (2018), Panahí la filmó de forma clandestina y, más adelante, fue arrestado y condenado a seis años de prisión antes del estreno por el delito de "propaganda contra el régimen". Esto solo consigue que su película tenga un mayor sustento discursivo porque, a decir verdad, Panahí desafía las reglas para encuadrar aquí un drama bastante sobrio que, en clave de metacine y docuficción, narra el estado de resiliencia de la sociedad iraní como una metáfora del cine como espejo de la opresión y de las realidades políticas más duras. Su argumento se ambienta en la localidad de Jaban y sigue al cineasta Jafar Panahí —interpretando una versión ficticia de sí mismo— en los días en que dirige remotamente un docudrama sobre una pareja iraní, Bakhtiar y Zara, que intenta obtener pasaportes falsos para escapar del país luego aguantar durante años los abusos del gobierno; mientras ejerce sus tareas como director a través de una transmisión en vivo en su computadora y luego sale a tomar fotografías con su cámara, poco antes de atestiguar la desdicha de una pareja de enamorados en el pueblo. En términos generales, la estructura narrativa se divide paralelamente en dos relatos de amor entrecruzados, ambos marcados por las restricciones sociales y culturales de sus respectivos contextos. El primero presenta la tragedia de la pareja en Turquía mientras interrumpen el rodaje y se preparan para partir hacia París con ayuda de contrabandistas, revelando además los miedos intrínsecos y la desesperación que conduce al suicidio. El segundo, más introspectivo, muestra al propio Panahí como un cineasta que, desde la clandestinidad, dirige un proyecto cinematográfico a distancia, enfrentándose a dilemas éticos sobre cómo sus decisiones artísticas afectan a los aldeanos involucrados y, de igual modo, observando la moralidad contradictoria de una turba errática condenada al ostracismo de las ceremonias islámicas arraigadas en lo supersticioso. Esta dualidad narrativa crea un diálogo sutil entre la realidad y la ficción que me invita a cuestionar los límites de lo narrado, pero, sobre todo, es utilizada por Panahí para concebir, en su capa textual, un comentario social sobre la culpa, el tradicionalismo y la lucha por la libertad, entendido como la resistencia de un director de cine que captura con su lente las estructuras opresivas de las autoridades de su país y mira, en efecto, las mecánicas de coacción del poder ejercidas a través de la superstición, la propaganda y la mentira, mostradas en cada una de las anécdotas compartidas por los personajes. Además de este discurso, el elenco, compuesto en gran parte por actores no profesionales, aporta una autenticidad muy orgánica que se arregla sobre sus diálogos a puerta cerrada y las costumbres culturales de su vida cotidiana. Del mismo modo, Panahí ofrece una actuación que, su gestualidad contenida, subraya su vulnerabilidad y humaniza su figura como cineasta comprometido con mostrar las realidades sociales controladas por obstáculos ocultos. Lo más interesante, quizás, es la forma en que Panahí, como es habitual, logra emplear ciertos elementos estéticos para añadir sustancia a la narración y evocar significados por medio del uso de la elipsis, el sobreencuadre, el reencuadre, el fuera de campo, el sonido diegético, los puntos de iluminación y las modalidades del encuadre móvil que aprovecha al máximo los paisajes rurales y los espacios confinados para reflejar tanto la belleza como la claustrofobia de las vidas de sus personajes. Todo luce finamente ajustado en su estética. Su filme, en última instancia, funciona como un testimonio ontológico del cine para desafiar la censura y dar voz a los silenciados.



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Ficha técnica
Título original: No Bears (Khers Nist)
Año: 2022
Duración: 1 hr. 46 min.
País: Irán
Director: Jafar Panahí
Guion: Jafar Panahí
Música: N/A
Fotografía: Amin Jaferi
Reparto: Jafar Panahi, Mina Kavani, Naser Hashemi, Bakhtiyar Panjeei
Calificación: 7/10

Scoop, la primicia

En Scoop: la primicia, Woody Allen intenta de nuevo poner sobre la mesa las cartas de su peculiar estilo, supongo, para presentar una mezcla de géneros que se forman sobre la base de la comedia. El rato de hora y media que paso viendo sus escenas me invitan a pensar lo suficiente como para saber que, en esta ocasión, la película de Allen trata de funcionar como comedia romántica y misterio fantástico, pero, en general, carece de un toque de humor y todo luce desequilibrado en su narrativa, quedando en una zona hueca en la que no hay ni chispa ni el ingenio característico de sus mejores trabajos. La trama, ambientada en Londres, sigue a Sondra Pransky, una estudiante de periodismo que, tras un encuentro sobrenatural con el fantasma de un reportero fallecido en un espectáculo de magia del mago Sid Waterman, recibe una pista que vincula al aristócrata Peter Lyman como el asesino del tarot. En términos generales, la narrativa de Allen parte de una premisa original que, dentro de sus limitaciones, busca mezclar las fórmulas habituales de la comedia romántica con la fantasía y el misterio de asesinato, donde la protagonista asume una identidad falsa para investigar como detective aficionada el caso de feminicidios mientras recibe la asistencia del prestidigitador torpe y se enamora perdidamente del tipo rico que la rescató en la piscina antes de sospechar que es, en efecto, el asesino de prostitutas. El problema, sospecho, radica en que los personajes mostrados por Allen no poseen desarrollo más allá de las descripciones banales del guión y, a menudo, permanecen estacionados en una inercia de situaciones predecibles que nunca termina de cohesionar ese entramado que oscila entre los conflictos absurdos y los diálogos inanes a puerta cerrada; además de que el asunto nunca se siente convincente porque Allen no se toma la molestia de añadir un poco de sustancia al híbrido desorganizado entre la comedia romántica y el misterio fantasioso. El desbarajuste tonal se incrementa con las conversaciones superfluas entre la rubia y el mago neurótico para atrapar al asesino; los momentos de melodrama apasionado entre la periodista y el aristócrata; las intervenciones esporádicas del espíritu del difunto periodista que regresa del inframundo para arrojar pistas nuevas para resolver el caso. Todo avanza a un ritmo plomizo que no permite que las escenas respiren ni que el misterio se desarrolle. Lo mismo sucede con las interpretaciones forzadas del reparto. La actuación de Scarlett Johansson es, cuanto mucho, bastante acartonada como la rubia de porcelana con anteojos, en un papel de ingenua que roza lo caricaturesco y no tiene matices lejos de servir como el interés romántico del villano para impulsar la trama. Hugh Jackman, por su parte, no aporta absolutamente nada a un personaje que parece solo un cliché del galán sinuoso. Y Allen, cuyo personaje recicla los tics neuróticos de sus roles anteriores, me resulta hasta molesto cuando habla más de no lo necesario para exhibir su presunto conocimiento cultural y las pretensiones de sus chistes de doble sentido. Del mismo modo, Allen no se preocupa por otorgarle alguna profundidad a su exploración de tópicos filosóficos sobre la verdad, la causalidad y la moralidad, dejando las reflexiones detrás de las motivaciones de los personajes como un accesorio cosmético de las escenas. La estética funcional de Allen, por otro lado, encuentra cierta armonía compositiva en la dirección de arte y los decorados que, en algunas escenas, reflejan la elegancia de la ambientación londinense desde los típicos planos generales, aunque a veces se reduce a un telón de fondo genérico carente de personalidad. La música de Chaikovski, Strauss y Grieg, al menos, se integra correctamente como leitmotiv en un par de escenas. Todo lo demás, por desgracia, me deja con la sensación de que estoy atestiguando una de las peores películas de Allen porque, francamente, su ejecución mediocre no tiene la agudeza de sus comedias ni la intriga de un buen misterio.



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Ficha técnica
Título original: Scoop
Año: 2006
Duración: 1 hr. 36 min.
País: Reino Unido
Director: Woody Allen
Guion: Woody Allen
Música: Varios
Fotografía: Remi Adefarasin
Reparto: Woody Allen, Scarlett Johansson, Hugh Jackman, Ian McShane, Charles Dance
Calificación: 4/10

Exterminio: la evolución

28 años después, conocida también con el título de Exterminio: la evolución, es una película de Danny Boyle que conjetura la tercera entrega en la saga de terror postapocalíptica compuesta por 28 días después (Boyle, 2002) y 28 semanas después (Fresnadillo, 2007), en la que se muestra a un grupo de individuos intentando sobrevivir a una sociedad británica colapsada por un virus mortífero que infecta a la gente con un estado irreversible de rabia. No sé si se trata de una de las mejores del género, pero el rato de casi dos horas que paso viéndola me induce a razonar lo necesario como para saber que, al igual que las predecesoras, es una secuela visceral y atrapante de terror de zombies, en la que Boyle suele poner a su disposición su frenético estilo para ofrecer un crudo retrato sobre supervivencia, familia y pérdida de inocencia. La trama se sitúa casi tres décadas después en un territorio de Gran Bretaña que ha sido aislado y puesto en cuarentena. El protagonista es, primero, Jamie, un cazador especializado que viaja junto a su hijo Spike a un lugar prohibido para cazar infectados y enseñarlo a valerse por sí mismo, poco después dejar a su moribunda esposa, Isla, en la casa ubicada en una comunidad de supervivientes en una isla segura separada del continente por una única calzada de mareas fuertemente defendida. En términos generales, la narrativa me parece emocionante por la manera en que, en principio, la fórmula se establece sobre la base genérica del drama familiar, la aventura postapocalíptica y el terror de zombis, donde se suele alternar su protagonismo para construir un comentario sobre la dinámica familiar en tiempos de crisis. En este sentido, me atrapa la travesía del padre fuerte que protege a su hijo de los infectados de grado Alfa (un tipo de infectado que ha evolucionado para ser más grande e inteligente que los demás) que corren endemoniados por los bosques nocturnos; el relevo protagónico de Spike cuando lleva por sí solo a su madre con la esperanza de curar su enfermedad mientras recibe la ayuda de un militar; la llegada del niño y su madre al campamento de un siniestro doctor y superviviente del brote llamado Ian Kelson. En cierta medida, los personajes tienen un desarrollo tridimensional que justifica sus motivaciones intrínsecas a nivel psicológico y, entre otras cosas, amplían el espectro de tensión con unas acciones que le añaden un tono imprevisible al abanico de situaciones que surge del conflicto intrafamiliar. El guión de Garland funciona porque evita los clichés y, por lo regular, se centra en la resiliencia humana y los dilemas éticos al plantear preguntas profundas sobre el sacrificio y el costo de la supervivencia, arrojando las respuestas sobre la síntesis de una familia fracturada que afecta el lado inocente de un niño obligado escapar de la mayoría de edad; agregando además ligeros subtextos sobre la infancia, la maternidad y el vínculo paternofilial. Los personajes se sienten reales y sus decisiones, ampliadas por la vulnerabilidad y las cicatrices de un mundo roto, poseen peso dramático por la sólida química de un reparto encabezado por Aaron Taylor-Johnson, Jodie Comer, Alfie Williams y un complejísimo Ralph Fiennes. Pero, de igual modo, me resultan eficaces por esa estética de Boyle que, con montaje rítmico y encuadre móvil, demuestra una vez más su maestría visual para mostrar con autenticidad el caos de los infectados, bajo la energía frenética que dinamiza unas secuencias de terror que evolucionan entre las atmósferas sangrientas, el miedo inesperado y las ciudades en ruinas, producto del maquillaje y los decorados de una estupenda dirección de arte. La música de Young Fathers, del mismo modo, eleva las secuencias de acción y los momentos más introspectivos con su selección ecléctica. Boyle, en última instancia, ha creado, con estos elementos, una secuela que respeta el legado de las películas anteriores y que supone, al menos para mí, un cierre emotivo de la primera trilogía.



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Ficha técnica
Título original: 28 Years Later
Año: 2025
Duración: 1 hr. 55 min.
País: Reino Unido
Director: Danny Boyle
Guion: Danny Boyle, Alex Garland
Música: Young Fathers
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Reparto: Aaron Taylor-Johnson, Jodie Comer, Ralph Fiennes, Jack O'Connell, Alfie Williams
Calificación: 7/10
La playa

En La playa, Danny Boyle continúa su exploración de individuos ordinarios que se sumergen en la búsqueda de nuevas experiencias como alternativa a la monotonía existencial. Está basada en la novela homónima de Alex Garland y, hasta donde sé, en el momento de su estreno fue un éxito de taquilla como producto de la Leomanía que estaba en pleno apogeo como una moda de la cultura pop inducida por la masiva atención mediática que tuvo Leonardo DiCaprio como ídolo adolescente de Hollywood. Esta es la única explicación posible que hallo para su éxito comercial, porque, francamente, ahora que la veo durante dos largas horas me pongo del lado de los que la tienen como una de las peores películas de Boyle. A pesar de que tiene algunas florituras visuales y DiCaprio le pone algo de esfuerzo a sus delirios expresivos, tengo la ligera sospecha de que la aventura exótica de Boyle es aburrida a perpetuidad y, a menudo, su narrativa se pierde en una jungla congestionada de personajes unidimensionales de la generación X que se olvidan con los créditos. La trama se ambienta en Tailandia y sigue a Richard, un joven estadounidense que busca un paraíso perdido en Bangkok que le proporcione alguna experiencia nueva lejos de la rutina cotidiana, donde conoce una joven pareja francesa, Françoise y Étienne, a los que convence para ir a una misteriosa isla con el mapa que le da un drogadicto paranoico poco antes de "suicidarse" en un hotel. En general, la narrativa tiene un arranque que comienza de una forma interesante cuando el protagonista que escapa de la civilización se enfrenta a lo desconocido en la isla y luego llega a una comunidad de turistas perdidos después de enamorarse de la chica que le gusta. El problema, no obstante, es que hay una ausencia gravísima de desarrollo en el tratamiento de los personajes y, entre otras cosas, las acciones que ellos tienen solo cumplen una función descriptiva para impulsar la trama inútilmente sobre la base de situaciones predecibles que se resuelven con facilismos y clichés, anulando cualquier posibilidad de cohesionar un conflicto que se siente hueco en su horizonte de sucesos. De esta manera, me mantengo anestesiado cuando veo la aventura amorosa de Richard y Françoise en la isla perdida; los problemas internos de la secta de hippies en la playa liderada por una mujer excéntrica que reúne las condiciones para ser comunista; la deriva psicodélica de Richard cuando se aleja de la dinámica grupal para perseguir sus propios intereses en la selva maldita ocupada por traficantes con metralletas. Los personajes secundarios son meros estereotipos, de los que se sabe poca cosa. DiCaprio, por su parte, ofrece una ventana a su madurez expresiva como actor al interpretar a Richard como un chico ingenuo, egoísta, manipulador, que engaña para conseguir lo que quiere, aunque aquí parece atrapado en su carisma juvenil, y es un protagonista insípido cuya motivación se reduce a una búsqueda superficial, con unos monólogos en off que resultan redundantes y pretenciosos. Todo el dilema moral isleño es utilizado por Boyle para enunciar, en su síntesis discursiva, algunas metáforas que interrogan el colonialismo, la sociedad del consumo y la fragilidad del individualismo, entendido como el deseo de libertad utópica de un sujeto alienado y descontento por la oferta individualista de la civilización que, en una extraña ironía, descubre los peligros de una vida comunitaria que rechaza la propiedad privada y las libertades individuales, en un mundo cerrado que no se ajusta a su idea de comodidad. Lejos de todo esto, la estética de Boyle consigue arrojar algunos de los síntomas de su enérgico estilo visual al evocar atmósferas alucinógenas y frenéticas con el uso intensivo del encuadre móvil de Darius Khondji. La banda sonora, cargada de música electrónica, también se integra con consistencia en un par de escenas. Nada de esto impide, sin embargo, que su película parezca la sátira de un comercial turístico para televisión.



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Ficha técnica
Título original: The Beach
Año: 2000
Duración: 1 hr. 59 min.
País: Reino Unido
Director: Danny Boyle
Guion: John Hodge
Música: Angelo Badalamenti
Fotografía: Darius Khondji
Reparto: Leonardo DiCaprio, Tilda Swinton, Virginie Ledoyen, Guillaume Canet, Robert Carlyle
Calificación: 4/10